Ayer, sábado 21 de mayo, se celebró en la isla de San Fernando el XXIV memorial Sargento Carmona Páez.
Rafael Carmona Páez fue un militar de la Armada y gran atleta gaditano. Entre sus numerosos éxitos deportivos podríamos citar, por ejemplo, el primer puesto en el Maratón de Madrid en el año 1984.
Un desdichado accidente acabó con su vida en 1987, cuando fue atropellado mientras entrenaba corriendo.
Desde entonces, se celebra cada año año en San Fernando, ciudad donde se desarrolló como militar y como atleta, una carrera en honor a su memoria y que organiza la propia Armada en colaboración con el Ayuntamiento.
Y ahí estaba yo, justo 6 días después de mi última carrera en Sevilla, con una misión: ayudar a Dánae, que por segunda vez contrataba mis servicios de liebre, a batir su mejor marca personal.
Me recogió, en la Barqueta, Santi puntualmente a las 5 de la tarde. La carrera no comenzaría hasta las ocho y media, pero debíamos presentarnos una hora antes para recoger los chips.
Durante el camino le pedí a Santi un papel y un boli y me puse a calcular unas cifras. Mi intención era fijar el Virtual Partner a 6:10 /Km como objetivo satisfactorio mínimo, lo que supondría, de conseguirlo, la mejor marca personal de Dánae hasta la fecha.
Pero se trataba de un objetivo mínimo. En función de su respuesta podría apuntar a ritmos mejores aún. Para ello, pretendía calcular qué ritmo obtendríamos si a ForeRundy le sacáramos 100m o 200m en la entrada en meta. Calculé también la distancia mínima que habría de separarnos de él para que el ritmo medio fuese inferior a 6’/Km.
Establecí que con 257 m de diferencia se garantizaba un sub 6 en el supuesto hipotético de una distancia de 9’5 Km de carrera.
Santi me dijo que no tenía intención de ir a por marca, pues no se sentía muy fino, y se quedaría también a ayudar a Dánae. Yo estaba seguro de que no iba a ser así, pues tan pronto como se sintiese bien se despegaría de nosotros, tal como sucedió en la atlética de Chiclana.
Ya en San Fernando, observamos muchas calles por las que habría de transcurrir la prueba con carteles prohibiendo el aparcamiento. En el cartel figuraba el motivo: el maratón.
Recogimos a Marcos en su casa. Nos presentó a Candela, un yaco de cola roja (un tipo de loro) la mar de gracioso. Marcos le decía: «Dime, dime…» y Candela contestaba: «Hola, chocho» (pronunciado «hola shosho» y con voz grave masculina).
Me dejó alucinado el loro. Uno sabe de estas cosas, pero hasta que no las ve delante de sus narices no termina de creérselas del todo.
Decidimos que dejaríamos el coche de Santi en meta y el de Marcos en la salida.
Me llegó un mensaje de Jesús (Mali) al móvil deseándonos suerte. Le contesto agradecíendole el gesto y lamentando no poder contar con él esta vez entre nosotros.
Nos presentamos temprano en la Junta de Deportes y con toda diligencia recogimos los chips y los fijamos en las zapatillas. Había una larga cola de gente que aún no había recogido su dorsal.
Buscamos a Dánae entre el grupo, que comenzaba a hacerse muy numeroso, pero ni rastro de ella.
A las ocho en punto nos pusimos a estirar y a calentar dando varias vueltas a la pista de atletismo.
Temimos que por algún imprevisto de última hora, Dánae hubiera decidido no acudir. Para colmo, Santi se dejó el móvil en el coche.
Nos encontramos con Alpigra, inconfundible con su gorra. Constatamos que llevaba puestas sus zapatillas nuevas. Nos indicó que Dánae ya estaba por aquí, acompañada de su familia.
Con el grupo ya al completo, programé al fin a ForeRundy a 6:10/Km sin que Dánae tuviera constancia de este ritmo (quería correr sin saber nada de ritmos; se limitaría a seguirme, confiando en mi buen hacer de liebre).
Activé el cronómetro desde el mismo momento en que sonó el disparo. Los primeros segundos, como siempre, los pasamos caminando mientras el grupo se dispersaba. En el segundo 40 logramos empezar a trotar a 7:30/Km, tardando algunos segundos más en coger un ritmo de crucero en torno a 6/Km.
Mi plan era mantenerme por delante a no más de 10 m de Dánae y Santi. Cuando observaba que la distancia aumentaba y no respondían, aminoraba el ritmo hasta que volvía a situarme cerca de ellos.
Santi, al final, correría toda la carrera junto a ella. Eso resultaba perfecto para nuestros planes: excelente trabajo en equipo; Santi se ocupaba de la motivación de Dánae y yo marcaba el ritmo a seguir.
Empezamos a rodar en torno a los 6’/Km. FR aún nos sacaba ventaja (él no entiende de la masificación inicial, es etéreo) y yo necesitaba cuanto antes que la pantalla se volviese blanca y empezar a meter metros entre él y nosotros.
Parte del circuito discurría en instalaciones propias de la Armada. Visitamos la Escuela de Suboficiales y el Tercio de la Armada.
Trataba de apretar, aunque a veces no me seguían y debía reducir el ritmo. Con frecuencia me daba la vuelta a alentarles mientras seguía corriendo de espaldas.
Santi me indicó que si quería que apretara, que me «veía con ganas». Le contesté que no, que iba de liebre marcando el ritmo y que hicieran todo lo posible por seguirme. Si no lo hacían, frenaría.
Gradualmente, la distancia que le sacábamos a la liebre virtual iba aumentando, aunque no al ritmo que, en esos momentos, me hubiera gustado. Sabía que el objetivo se iba a lograr con creces, pero estaba apuntando a lograr un 6 sin comprometer el éxito de la empresa.
Mucha cuesta arriba en todo el circuito, algo que particularmente me encantó, aunque eso supusiera que se redujeran los metros ganados a FR. En Sevilla no es algo que precisamente abunde.
Cruzamos el kilómetro 5 en 30 minutos 26 segundos. Todo rodaba como era esperado, pero aún quería apretar algo más a Dánae. Santi me dijo «esto ya se ha acabado», pues siempre digo que una vez uno consigue llegar al punto medio, el resto es cuestión de dejarse llevar.
Aumenté la velocidad. El kilómetro entre el 5 y el 6 lo hicimos a 5:58/Km y Dánae respondía. Santi no dejaba de motivarla y animarla a empujar.
El ambientazo, ¡alucinante! Es la primera vez que lo sentía en toda su plenitud en las ocho carreras que llevo realizadas. La gente completamente volcada en la calle aplaudiendo y animando como hasta entonces no había conocido.
Recuerdo a uno reírse, en uno de los momentos en que corría de espaldas, «míralo, corre hacia atrás». Otros me decían, «no mires hacia atrás, que es para ahí delante».
Otro grupo se afanaba en hacerme entender, gritando, cuál era el camino a seguir, en un momento en que me vieron dudar.
El paso por la calle Real nunca lo olvidaré. Un pasillo largo de gente estrechándose que apenas dejaba sitio para pasar más que corredores en fila, de uno en uno. Como más tarde diría Marcos, le recordó a las imágenes del Tour de Francia, cuando apenas dejan paso a los ciclistas. Un miembro de la organización no hacía más que indicar al público que se echara hacia atrás.
Impresionante, de verdad, impresionante. La actitud del público en esta carrera no la olvidaré nunca. ¡Menuda emoción!
El kilómetro entre el 6 y el 7 lo hicimos aún más rápido, 5:57/Km. Dánae no tenía constancia de estos ritmos, por supuesto. Pero allí estaba ella como una campeona sin dar muestras de cansancio.
Otra anécdota divertida que recuerdo, en una curva a la izquierda, justo antes de llegar al parque Sacramento, es ver a un grupo de chiquillos animándome con fuerza. Me marqué un mini sprint exagerado ante ellos que les hizo reir.
Después me encontré con tres niños, agachados y con los brazos extendidos para que chocase las manos, algo que hasta ahora no conocía más que por las crónicas de Aupa. Me encantó realizar el choque, ¡qué ilusión!
Como Dánae tiraba, apreté más aún: el kilómetro comprendido entre el 7 y el 8 lo hicimos a 5:44 /Km.
Ya estaba muy cerca la meta, antes de lo que yo preveía. Se ve que hubo una serie de reajustes del recorrido a última hora y desaparecieron algunos centenares de metros.
En la última de las cuestas arriba nos encontramos a la familia de Dánae. Recarga de energía en el último tramo final para que ella se dejara la piel en lo que restaba de carrera.
En los últimos 150 metros me lancé a un sprint salvaje. Santi y Dánae hicieron lo mismo.
Fue sorprendente… En mi vida me había visto correr tan rápido. Sentí miedo incluso; llegué a pensar que un pequeño desliz en la pisada y la hostia que me iba a meter iba a resultar tremenda.
En las gráficas del GTC figura que en el minuto 51:17 iba, en ascenso, rodando a 5:08, en el 51:22 a 3:40 y en el 51:27 a 3:07.
¡Pá matarme!
Adelanto a una chica que iba corriendo todo el tiempo delante mía. Cuando vio que intentaba pasarla hizo un sprint brutal también, como si mi ataque fuera contra ella. O quizás pensó que algo malo sucedía atrás cuando yo apretaba tanto y, por instinto defensivo, trató de imitarme.
Entrada en meta en 51:30 (tiempo oficial) y, al instante, Dánae y Santi detrás.
Abracé a Dánae tras su gran carrerón. La cara, espejo del alma, reflejaba la tremenda felicidad que estaba sintiendo.
Misión cumplida. Todo un placer haber corrido de liebre junto a ella.
Recogida de camisetas un tanto azarosa. Me recordó a las carreras del IMD en Sevilla, no en la entrega de las camisetas, bien organizada por filas, sino al momento en que uno se acercaba al stand de Cruzcampo a recoger su merecida cervecita. Todo un sálvese quien pueda, maricón el último.
Pero bueno, gajes del oficio que desde luego no desmerecen mi impresión general de la carrera. Disfruté muchísimo y viví como nunca la emoción de un público volcado con los corredores.
También, el hecho de haber optado por correr a una velocidad inferior a la que desarrollo en una popular, me permitió poder percatarme de infinidad de detalles que, de otro modo, hubieran pasado desapercibidos para mí, pues suelo ir como un burro al que le han puesto las anteojeras para que sólo pueda mirar de frente.
Ritmo medio final, según Sporttracks (incluyendo sus correcciones de altura), de 6:01 /Km sobre una distancia de 8’57 Km (aunque técnicamente Dánae puede considerar un 6:00/Km, teniendo en cuenta el tiempo considerable que pasó hasta que pudimos empezar a trotar a ritmo).
Marcos nos estaba esperando. Consiguió un tiempo fenomenal. Y, lo mejor, sin problemas en sus isquiotibiales.
A Alpigra ya no lo volví a ver. Esta mañana he podido leer la crónica de su carrerón.
Nos despedimos de Dánae y su familia, pues tenían un compromiso, aunque quedamos en que llamaría a Santi más tarde para tratar de localizarnos (finalmente no pudo ser).
Marcos nos ofreció, gentilmente, su casa para ducharnos. Tuve ocasión de conocer a su mujer y sus hijos.
Candela, el loro, no se mostró tan parlanchina como hace unas horas, aunque nos deleitó con ruidos de pelotas de tenis y silbidos la mar de graciosos.
Nos fuimos a cenar Marcos, Santi y yo, al muelle de Gallineras. Abundante pescaíto frito y cerveza para rematar una jornada de lo más emocionante.