Reconozcámoslo: hay días en los que estamos deseando que llegue el momento de calzarnos las zapatillas para salir a la calle y echar a correr sin vacilación, pero hay otros en los que nos cuesta la misma vida arrancar.
Son días en los que nos quedamos atrapados en el círculo vicioso de la duda; ¿salir o no salir?, esa es la cuestión. Y miramos el reloj buscando en él algo de compasiva aprobación: aún es pronto, nos decimos, podemos permitirnos hundirnos algo más en este pozo de estatismo, en un rato nos vestiremos.
Pero la próxima vez que miramos la hora comprobamos, aparentemente consternados, pero en el fondo aliviados, que ya es demasiado tarde y hemos perdido el tren: no saldremos a correr.
Sin embargo, ese tren raras veces existe salvo en nuestro propio autoengaño. En la mayoría de las ocasiones nunca es tarde para salir a correr y, cuando realmente hay una hora límite, casi siempre tenemos la posibilidad de optar por correr menos tiempo. Correr 15 minutos, cuando no se puede una hora, siempre será infinitamente más provechoso que no correr nada.
Este escenario puede resultarte familiar, ocasionalmente. Si te ocurre con relativa frecuencia es una señal inequívoca de que algo está fallando y debes tratar de descubrir qué es lo que ha hecho descender tu grado de motivación.
Se trata, ante todo, de un ejercicio de honestidad. Quizás tus objetivos se te queden grandes y no has evaluado sinceramente tu disposición a pagar el precio por conseguirlos. O, por el contrario, tal vez sean pequeños o incluso inexistentes y debas proponerte un reto que estimule tu afán de superación.
A menudo nos exigimos tanto que se nos hace un verdadero mundo cumplir con nuestro día a día. Esto sucede en todos los ámbitos, no solo en el deportivo. Existe tanta desconexión entre nuestras expectativas y nuestra capacidad efectiva que perdemos la motivación. Y somos tan drásticos que, en estos casos, preferimos no hacer nada a hacerlo a medias.
No existe mayor estupidez. En nuestro caso, olvidamos que el principal placer de esta actividad sucede durante su ejecución y durante las horas posteriores. Si te exiges tanto que salir a correr se te ha convertido en un sufrimiento, afloja el ritmo, corre menos tiempo y recupera otra vez esas sensaciones tan especiales que sin duda conoces y, con tu ridícula prisa, has dejado atrás.
Si te quedas en casa ya sabes lo que te espera: más de lo mismo. Échate a la calle sin pensártelo dos veces, ponte a correr y disfruta. Cuando vuelvas, rebosante de endorfinas, te estará esperando esa maravillosa sensación de estar en lo más alto del mundo.
Si estás atrapado en una espiral de inmovilidad, puedes proponerte el siguiente trato: sal a correr 5 minutos, solo cinco minutos; si luego decides no seguir eres libre de volver a casa. Pero una vez arrancas ya no hay quien te pare. Tanto darle vueltas al coco cuando el único problema era dar el primer paso…
Hoy, afortunadamente, no he perdido tiempo en estas disquisiciones. El clima, además, invitaba a no hacerlo. Ya antes de vestirme estaba paladeando, tramo a tramo, la nueva ruta que seguiría.
11’59 Km; 1h y 8 minutos; 5:56/Km
Javier Montero Gabarró
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