Carrera Popular Macarena 2012 – Sevilla

Suena el despertador a las siete de la mañana y, sin cuestionármelo siquiera, pese a ser domingo, me incorporo con el mismo gesto rutinario de cada día. Me aseo, me visto y desayuno.

Mi atuendo es distinto al del resto de la semana. Llevo un pantalón de deporte corto, una camiseta y unas zapatillas deportivas. A las nueve y media dará comienzo la penúltima prueba del ciclo de carreras populares del IMD 2012, dedicada esta vez al distrito Macarena.

Lo que me resulta llamativo es lo rutinario del acto. Recuerdo el torrente de emociones previas a las primeras carreras. Me resultaba difícil conciliar el sueño por los nervios e incluso tenía pesadillas relacionadas con ellas. No he perdido un ápice de ilusión en todo este tiempo, pero la experiencia te hace vivir las cosas de otro modo.

El día anterior, lo típico ante este tipo de eventos. Por la mañana un entrenamiento suave en el gimnasio y 16 km de bicicleta para tonificar músculos y dejar el sistema cardiovascular preparado. He comprobado que un ejercicio aeróbico moderado el día previo a la carrera mejora mi rendimiento después.

Un buen plato de espaguetis para llenar los depósitos de glucógeno es algo que también me funciona, lo tengo más que demostrado. Diez kilómetros es una distancia lo suficientemente respetable como para no olvidar salir con las baterías completamente cargadas.

Para preparar el corazón para esfuerzos bruscos, nada mejor que una película de terror por la tarde, así que me fui al cine a ver Paranormal Activity 4, repleta de sobresaltos taquicárdicos que te hacen salir con el doble de canas que cuando entraste.

Es broma, naturalmente. La elección de esa película fue algo completamente circunstancial.

Por la noche, la pasta que sobró del mediodía y a descansar (relativamente temprano para ser sábado).

De modo que, fresco como una rosa, me coloco el dorsal (el mismo para todo el circuito popular del IMD), me echo crema protectora para el sol y antes de las ocho y media ya estoy dirigiéndome en bicicleta al Parque de Miraflores, lugar donde iniciará y concluirá la carrera.

Ya están colocados los pivotes que delimitan el trayecto y me llama la atención encontrarme con el cartel del kilómetro dos en la Carretera de Carmona, cuando supuestamente le correspondería uno propio del tramo final. Deduzco que el sentido de la carrera se ha invertido respecto al del año anterior.

Amarro la bicicleta a una señal de tráfico junto al parque y me pongo a calentar trotando con suavidad. En mis primeras carreras era algo reacio a «desperdiciar» energía calentando, temeroso de que pudiera necesitarla después, cuando precisamente ocurre justo lo contrario: no sólo te ayuda a prevenir lesiones, sino que además pone a tono tus sistemas energéticos.

Configuro a mi compañero virtual para que corra a 6’/Km (es decir, 10Km en una hora). Bastante conservador, pero lo considero apropiado y acorde con la intensidad y frecuencia de mis actuales entrenamientos. Mi objetivo, como siempre, será terminar por delante de él, aunque sólo sea un metro (al final, le sacaría 650 metros).

En efecto, tal como intuí, salimos directamente hacia la Carretera de Carmona, recorriendo el circuito en dirección contraria.

Me siento cómodo al ritmo que llevo. No voy a todo gas, pero sensiblemente más rápido que los 6’/Km a los que programé el GPS. No sé exactamente a cuánto voy, pues he elegido una visualización en la que únicamente figura la distancia que le saco al compañero virtual, que no hace otra cosa que aumentar durante toda la carrera.

No sólo estamos yendo en sentido contrario. Además, el trayecto es diferente. En el kilómetro 5’5, aproximadamente, volvemos a entrar en el parque, en el que recorreríamos los 4’5 Km restantes.

Entro en meta en 54:59, sobrado de energía, y con el convencimiento de que podría haber apretado si me lo hubiera propuesto.

Pero no había necesidad de dejarme la piel. ¿Acaso no he cumplido con mi objetivo sobradamente?

9.810 metros; 54:59; 5:36/Km

Javier Montero Gabarró


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Carrera Popular Nervión 2012

Con algo de retraso respecto a otras ediciones, iniciamos finalmente el ciclo de carreras populares que organiza el IMD en Sevilla. La gran novedad este año ha sido que las inscripciones han dejado de ser gratuitas, algo que no ha estado exento de polémica entre todos los aficionados a este deporte. Hay que reconocer, no obstante, que los precios son «populares»: veinte euros por el derecho a participar en todo el circuito, lo que incluye las 5 carreras de los distritos del IMD más la nocturna del Guadalquivir. Además, en el momento de recoger tu dorsal te hacen entrega de una bolsa de corredor con cuatro camisetas y una gorra. También existe la modalidad de pago por carrera individual (5 euros), pero a poco que quieras participar en unas cuantas te sale rentable el paquete completo. Y eso sin contar con la molestia de tener que recoger el dorsal para cada carrera, algo que no sucede si optas por el circuito completo, pues es el mismo para toda la temporada.

La verdad es que, de todas las carreras en las que he participado, las del IMD han sido las únicas por las que no he pagado dinero. Sin ir más lejos, correr en la San Silvestre vallecana me costó 19 euros; por participar en Divina Pastora pagué aproximadamente la mitad.

En cualquier caso, la tasa de participación ha sido excelente, aunque también es cierto que me he encontrado a gente corriendo sin dorsal.

Una mañana muy soleada, algo calurosa, pero sin el viento de todos estos días pasados. Todo perfecto para un placentero domingo deportivo.

Mi estrategia ha sido simple, no perseguía otro objetivo salvo disfrutar, apretando en la medida de lo posible, pero sin llegar a cansarme. Desde el aspecto más competitivo, tampoco se trataba de una prueba oficial. De hecho, la distancia ha sido sólo de 9100 metros.

Así que programo a ForeRundy a 5:45, como en Divina Pastora. Salgo muy bien y muy suelto. A veces creo que, como estoy corriendo con un pantalón corto que es la mínima expresión (en los entrenamientos suelo hacerlo con chandal), llevar tan poca tela sobre las piernas me hace dar una zancada más alegre. La cuestión es que los primeros kilómetros debí rodar en torno a 5′ /Km, o poco más.

Llegado el primer puesto de avituallamiento, al comprobar que lo había dejado atrás, di media vuelta y me dirigí a recoger la botella, algo que no debí hacer, pues supuso un punto de inflexión que me rompió la concentración y el ritmo excelente que mantenía. Además, si hubiera aguantado 10 metros, me hubiese encontrado con otra tanda de botellas más adelante.

El punto más duro, sin duda, el puente de la carretera de Carmona. Definitivamente, las cuestas no son lo mío y a la carrera de hoy no le han faltado unas cuantas.

Así que 9120 metros, según mi GPS, en 49′, lo que resulta en un ritmo medio de 5:22 /Km.

Se me ha hecho cortita y con ganas de más. Se ha notado ese kilómetro de menos. En compensación, la próxima excederá ampliamente los 10K.

Nos vemos el 13 de mayo en Triana…

Javier Montero Gabarró


Carrera Popular Nervión 2012


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Circuito Divina Pastora 2012 – Sevilla — Mejor marca personal

Este año, la edición sevillana del circuito Divina Pastora se ha adelantado respecto a las populares que organiza el IMD, que hasta el 22 de abril no iniciarán su andadura.

La carrera de hoy era una cita obligada. No sólo es la única prueba de 10K entre las que se celebran por aquí que está homologada por la federación de atletismo, sino que supuso mi mejor marca personal del año pasado en la distancia (54′ 10″, marca que me sirvió después para acreditar el cajetín sub55′ en la San Silvestre vallecana). Tengo el recuerdo de una organización excelente, un ambiente trepidante y un recorrido precioso bordeando el centro histórico sevillano. Y como no, compartiendo kilómetros con Fermín Cacho y Pentinel (con los que estuve, además, entrenando el día anterior a la prueba). Este año hemos contado con la participación estelar, además de Fermín, de Marta Domínguez, que justo ayer pulverizaba su marca de 10K en Laredo.

Llego 45 minutos antes de la salida al parque de María Luisa, desde donde comenzará y concluirá la carrera. Aparco la bicicleta y dejo mi ropa en el guardarropa. Es una mañana fresquita perfecta para correr.

Mi gran duda es a qué ritmo configuraré la liebre virtual del Forerunner para que tire de mí. Barajo tres posibilidades:

– 6’/Km, ritmo típico de mis entrenamientos.
– 5:45/Km, ritmo de los entrenamientos más exigentes
– 5:20, ritmo para intentar batir mi mejor marca personal

No termino de decidirme, por lo que aplazo la decisión hasta después del calentamiento en forma de unas cuantas vueltas alrededor de la Plaza de España.

Opto, finalmente, por configurar a ForeRundy a 5:45/Km, con lo que llegaría a meta en un máximo de 57 minutos y medio. Mi objetivo sería el de siempre, dejar atrás a FR tanto como me sea posible, pero con un compromiso adicional: no devolvería ni un solo metro de los ganados, es decir, mi ritmo instantáneo, en el peor de los casos, sería de 5:45/Km. En otras ocasiones me he permitido devolver metros con tal de no comprometer el objetivo final, pero esta vez no lo haría.

Arranco fuerte pero con excelentes sensaciones. He preferido dejar la cinta del pulsómetro en casa para no tener referencia de pulso cardíaco. Tampoco sé a qué ritmo ruedo: sólo utilizo una pantalla en la que se ve a mi compañero virtual y la distancia que nos separa en cada momento.

Se suceden los kilómetros y la distancia que le saco a ForeRundy se va contando en centenares de metros. Tan sólo en un momento me cuestiono si tal vez estoy rodando demasiado fuerte, pues hay un instante, antes de la mitad del recorrido, en el que me siento desfallecer y me veo obligado a disminuir algo la velocidad. Pero en poco segundos vuelvo a sentirme fuerte, recupero la concentración y aprieto otra vez.

Entro en meta en 52′ 23″, según el tiempo oficial. A mi compañero virtual le he sacado 900 metros y he pulverizado mi mejor marca personal en casi dos minutos.

He rodado 10 kilómetros a una media de 5:14/Km, algo que jamás habría imaginado ni en mis mejores pronósticos.

Contento y entero, ¿qué más se puede pedir?

Ahora, mientras llega la siguiente, retomar mis entrenamientos pacientes y lentos que tanto placer me dan.

Javier Montero Gabarró


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XXIII Carrera Nocturna del Guadalquivir

Si un evento deportivo ha contribuido de manera decisiva a que correr sea mi actividad deportiva favorita, no ha sido otro sino la carrera nocturna que cada año se celebra en Sevilla.

Cuando se celebró el año pasado, aún no sabía lo que era ser capaz de aguantar corriendo más de diez minutos. Imaginarme a 20.000 personas recorriendo 12 Km, distancia que, por entonces, me parecía sobrehumana, instaló en mi mente una visión poderosa que ha desembocado en la pasión que hoy siento por este deporte.

Muchos conocidos estuvieron en aquella carrera: amigos, compañeros del trabajo. Hasta Vitor, el batería de mi grupo musical, se dejó la piel ahí aquel día.

A esa imagen poderosa se le añadiría, poco después, la visualización mental de la San Silvestre vallecana, que se celebra el último día del año en Madrid.

Con todo este arsenal de objetivos motivadores en mi mente, a mediados de febrero completé mi primera carrera popular en Sevilla, superando una distancia de 10 Km. A razón de una cada dos semanas, iría añadiendo otras tantas hasta prácticamente iniciado el verano.

El 31 de julio me lesioné después de completar un entrenamiento de 21 Km. Tras un mes completamente en el dique seco, fui retomando gradualmente la práctica, pero empezando absolutamente de cero.

Comencé corriendo tres minutos. A la semana los subí a 5 y poco a poco fui incrementando el tiempo. Justo hace una semana mis entrenamientos eran ya de 15 minutos.

Y ese era el dilema entonces: en esa situación, ¿debía correr los doce kilómetros de la nocturna del día 30?

En un principio, con mucho dolor en el alma y no tanto en el pie, descarté mi participación, aunque ya me había ocupado de inscribirme por lo que pudiera suceder.

El miércoles pasado, al ir al gimnasio a entrenar, mis pies, gobernados por el subconsciente, me llevaron hasta el estadio olímpico, sin que pudiera hacer nada por detenerlos. Allí recogí el dorsal.

Ese mismo día realicé un último entrenamiento de veinte minutos.

La decisión estaba tomada: participaría en la Nocturna del Guadalquivir. Pero no arriesgaría más que lo necesario para poder completar los 12 Km. Rodaría muy lento, a una velocidad de 8 Km/h, lo que me llevaría, aproximadamente hora y media corriendo.

Unas horas antes del comienzo, sentí miedo. No eran nervios, sino miedo de romperme. Pero la suerte estaba echada y no había opción posible.

A las ocho de la tarde recibo una llamada de José Luis, uno de los compañeros del foro de atletismo, que ya había llegado de Huelva y estaba ansioso esperando en la entrada. Quedamos en vernos en un rato, lo que tardase en llegar andando desde mi casa.

Ya doblando por la escuela de ingenieros hacia el punto de encuentro me vuelve a llamar. Lo localizo con facilidad y nos dirigimos hacia la salida. Hemos llegado pronto y aún no hay demasiada gente (la salida será a las 22:05).

Es su primera popular y se nota que está nervioso. Trato de tranquilizarlo desde la experiencia de quien se siente ya algo veterano en estas lides. Le hablo del efecto dorsal y le garantizo que irá más rápido de lo que pensaba hacerlo.

La multitud atrás de nosotros ya es una inmensidad. Me llama Manoli, que viene de Dos Hermanas, para intentar quedar con nosotros. Pero ya es prácticamente imposible.

Arranco el GPS y, tras varios minutos localizando satélites, se vuelve a apagar. Me acordé de mi cuñado, que hace una semana en Madrid desconectó el equipo mientras cargaba porque le hacía falta para enchufar su portátil, diciéndome que la pantalla indicaba que la carga estaba completa.

Salimos 5 minutos después de la salida controlada (los que van a por marca y están acreditados a hacerlo).

José Luis se lanza buscando su carrera y ahí me despido de él.

No tengo ninguna referencia de velocidad más que mi propia sensación. Pero, en una carrera, donde otros muchos corren a tu lado, es algo difícil de determinar.

Tras siglos corriendo veo el globo del kilómetro tres. Me digo: «Paciencia, Javier, esto va a ser largo».

Pasamos los barrios de Triana y Los Remedios. La masa humana es increíble. Por muy lejos que trato de ver hacia adelante y atrás sólo veo gente y más gente apiñada.

Esto no se parece a nada de lo anteriormente experimentado. Es impresionante.

A la altura de la Torre del Oro escucho, a mi lado, a unos corredores diciendo: «6:10; si somos capaces de mantener este ritmo podríamos estar corriendo otros 10 kilómetros más si hiciera falta».

Pasado el puente de Triana nos encontramos con el avituallamiento. Agua bendita.

Pasado el kilómetro siete noto que mis fuerzas se acaban. El pie está en perfectas condiciones, pero mi fondo físico no tanto. Es increíble cuánto se pierde cuando uno deja de entrenar con asiduidad.

No me preocupa porque sé de sobra que terminaré la carrera (para mí, psicológicamente acaban tan pronto supero el punto medio; el resto es inercia e ir descontando, uno tras uno, kilómetros).

Pongo en ON el Modo Sufrimiento y me dejo llevar por mis piernas como alma en pena, sin pensar.

Pero por un lado me alegro. Ese sufrimiento es el que purifica mi alma. Ahora es una tortura, pero al día siguiente será puramente anecdótico.

Y realmente necesitaba sufrir así…

Ya estoy cruzando el puente de la Barqueta. Mi ritmo ha empeorado algo. No tengo ni idea cuánto porque no tengo referencia temporal. Pero ahí sigo.

Pasamos el kilómetro 10. Últimos dos kilómetros hacia la meta.

La entrada en el estadio olímpico me resulta agónica. El túnel, infinito. El griterío ensordecedor de la gente resonando en el pasadizo me aturde.

Entramos, finalmente, en el estadio. La imagen que aún impregna mis retinas difícilmente la podré olvidar. Esa masa humana impresionante corriendo y la tremenda ovación del público.

Damos una vuelta a la pista y entramos en meta. El reloj de la organización marca 1 hora, 24 minutos y 30 segundos.

Si le descontamos los 5 minutos que nos retuvieron hasta que concluyó la salida controlada, supone que estuve corriendo en torno a 1 hora y 19 minutos, lo que implica una velocidad media algo superior a 9 Km/h. Un poco más rápido del planteamiento que había diseñado para no forzar el pie, aunque bien está lo que bien termina.

Lo peor fue una vez concluyó la carrera: inmerso en la masa humana, todos apelotonados caminando despacio hacia la zona de entrega de la bolsa del corredor, sentí un bajón tremendo y temí perder el sentido en cualquier momento. Cuando abandonamos el túnel y salimos al aire fresco empecé a sentirme mejor.

Hablé con Manoli y con José Luis, que me hicieron partícipe de sus respectivos grandes éxitos. Enhorabuena a esos dos pedazo de campeones.

Eché de menos a muchísimos otros compis de carrera con los que he compartido muchos kilómetros este año como Santi (si lees esto, espero que puedas darnos pronto buenas noticias), Danae, Marcos, Jesús, Alpigra (y algún que otro más que me dejo) y que, cada uno por sus razones, no han podido estar presentes. Y eché de menos a tantos otros, que en su mayoría no conozco, con los que me encantaría compartir kilometraje (espero que otro año os animéis, aunque tengáis que acudir desde la otra punta de España).

Me sentía realmente agotado. Recogí los generosos regalos (camiseta, pantalón de deporte, medalla, agua, barrita y dos pines), me cambié de camiseta y me puse inmediatamente a andar los kilómetros de vuelta a mi casa.

Cansado, pero más feliz que unas ascuas.

En casa, tras la ducha, me entró una tiritera tremenda y me di cuenta de que tenía fiebre. Me tomé un paracetamol y me acosté.

Y hoy, más fresco que una rosa. Agujetas en los cuádriceps y una ampolla en el pulgar del pie izquierdo, pero tremendamente satisfecho de haber vivido una experiencia única (23.000 participantes, según me enteré hoy) y haber cumplido uno de mis grandes sueños como corredor.

Javier Montero


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