San Silvestre Vallecana – Madrid 2012

pulpiSi preguntas a un grupo de corredores por qué corren obtendrás todo un variopinto conjunto de respuestas que podrías clasificar atendiendo a su componentes física, psicológica o espiritual.

En mi caso particular, una de las principales razones por las que lo hago es, sin duda, que siempre me supone un reto difícil. No importa si entreno varias veces a la semana: abordo cada entrenamiento como si fuese siempre la primera vez que corro y no hay día que no concluya con la fascinante sensación de victoria que supone lograr algo que uno considera extraordinario.

Cada entrenamiento y, en mayor escala, cada carrera, es una victoria frente a nuestros miedos. Es navegar en la cresta de la ola, sentir el pulso de la vida.

No voy a entretenerme con muchos detalles. El jueves 27, a 4 días de la carrera, caí enfermo. El viernes comencé un tratamiento con antibióticos, analgésicos y antipiréticos. El domingo 30, a un día de la carrera, estuve en un hospital de urgencias haciéndome pruebas en un estado físico lamentable, empeorado por varias noches sin dormir.

Ese mismo día anuncié con tristeza que no estaba en condiciones de participar en la carrera y que renunciaba a correr. Mi hermana, que iba a hacer de la San Silvestre su primera popular, me dijo que le entregase las prendas para el guardarropa, por si cambiaba de opinión. No lo hice.

Al día siguiente, 31 de diciembre, a pocas horas de la carrera, le pedí a mi madre que me entregara la bolsa del corredor que me habían recogido. Ahí estaban mi camiseta dorsal, el chip y la pulsera que me acreditaba para salir en el cajetín sub 55′.

No puedo explicar lo que sentí. Sólo sé que, en ese preciso instante, decidí que, al menos durante las horas previas y posteriores a la carrera, dejaría de estar enfermo.

No me importó estar falto de sueño, débil y atiborrado de antibióticos, ni el frío que haría en Madrid por la noche, ni que anunciaran lluvia durante la carrera, ni la huelga de metro que complicaría el regreso a casa después. Correría y punto.

Tomamos el cercanías y recogimos a un amigo de mi hermana que, como ella, se estrenaba en la carrera. En Nuevos Ministerios dejamos el tren y nos dirigimos al Santiago Bernabeú. En vez de colocarme en el cajetín sub 55′, opté por acompañar a los debutantes y nos situamos al final del todo, en la zona destinada a los corredores sin marca. Mi hermana tenía la posibilidad de colocarse en un box especial para mujeres (novedad de esta edición) que salía a las 18.00, pero prefirió el último para no dejar solo a su compañero.

Para no enfriarme en exceso en meta, me quité el chandal y lo metí en una mochila con la que correría a la espalda toda la carrera.

A las 18:15 sonó el disparo de salida de la cuarta oleada e iniciamos el ascenso por Concha Espina. Mi temor, sin haber calentado y sin haber tanteado mi forma física, era no tener fuerzas suficientes y quedarme ahí mismo. Pero una vez superada la primera cuesta me di cuenta de que estaba bien y no iba a tener problemas. Me situé justo detrás de mi hermana y su amigo y dejé que ellos marcaran el ritmo. Después de todo era su carrera y la primera vez que se enfrentaban a 10 kilómetros seguidos. A mí me bastaba con finalizar sano y salvo.

Una carrera muy suave (imposible correr con tanta gente), a un ritmo perfecto para disfrutar del ambiente festivo. Nos topamos con corredores disfrazados de piezas del Tetris, otros cargando entre varios una supuesta caja enorme conteniendo material radiactivo (así los 10 km), muchas batas blancas reivindicando una sanidad pública, un corredor con un jamón a la espalda y otros tantos que ahora mismo no recuerdo.

Los continuos esfuerzos de mi hermana por ir adelantando posiciones entre la densa multitud apenas nos permitían arañar unos segundos en el cómputo global. Aún así hubo algún que otro kilómetro en el que pudimos estirar las piernas a gusto con ritmos sobre los 5:30/Km.

La temida cuesta de la Avenida de la Albufera, que el año pasado remonté con sufrimiento, me resultó tremendamente fácil y breve. Nada más terminar el ascenso y doblar a la derecha nos encontramos con un tapón que nos obligó a estar parados un poco.

En una hora y siete minutos justos cruzamos los tres la línea de meta con las manos cogidas y alzadas en un gesto triunfal.

Para mí fue mi compromiso de seguir dando el callo incluso cuando las cosas se ponen feas, de asumir las dos caras de la moneda que presenta la vida y de luchar contra la adversidad cuando toca hacerlo, de no rendirme nunca mientras me quede algo de aliento.

Fueron más de 40000 historias de triunfo en la fría noche de Madrid. Más de 40000 respuestas a la pregunta del comienzo.

¿Cuál es la tuya?

Javier Montero Gabarró


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