Hubo un tiempo no tan lejano en el que siempre, tras finalizar cada entrenamiento (esto es, un día sí y otro no), publicaba puntualmente un resumen en un foro de atletismo que después replicaba en este blog.
Ese era un gesto común entre muchos de los que nos encontrábamos allí. Entrenábamos y después, sin demora, contábamos nuestra gesta a los demás.
Porque correr era siempre una hazaña, algo que sabíamos muy bien los que practicábamos con regularidad este deporte. Había sufrimiento implícito en cada entrenamiento. El nivel de exigencia al que sometíamos nuestro organismo, con el corazón latiendo a 150 ppm (cuando no más), ininterrumpidamente durante largos períodos de tiempo, rozaba el límite de la tortura.
Pero era un sufrimiento morboso que a su vez nos llenaba de un placer indescriptible, no sólo durante el ejercicio, sino especialmente después.
Y así, embriagados por las endorfinas, nos disponíamos prestos a contar nuestra hazaña a otros corredores y a esperar sus comentarios, del mismo modo que, recíprocamente, esperábamos y comentábamos los entrenamientos puntuales de los demás.
Una vez se forjó esa asociación escritura-sudor, los entrenamientos ya empezaron a ser diferentes. No querías limitarte a una simple exposición de datos deportivos sino que buscabas ser imaginativo y original, evitando repetirte.
Entrenabas pendiente de cada detalle, al acecho de aquel suceso original digno de ser narrado después. Otras veces, el entrenamiento era condicionado por la escritura: sabías lo que querías contar, pero antes estabas obligado a vivirlo.
Correr y escribir se convirtieron en amigos inseparables. Cuando uno flojeaba el otro tiraba de él. Si un día te sentías extenuado físicamente, las ganas de escribir te obligaban a salir a la calle para tener algo que contar. Y viceversa; si no te encontrabas inspirado, el acto de correr despertaba tu imaginación.
Hoy sólo escribo sobre mis entrenamientos en ocasiones muy puntuales ( y, por supuesto, tras cada carrera), pues la escritura ha encontrado nuevos amigos inseparables en la música, la productividad o la programación de ordenadores.
Y se necesitan desesperadamente entre ellos. Porque escribir, o componer una canción, o hacer un programa de ordenador, al igual que correr, es siempre una hazaña: llevan implícitos un dolor morboso, reflejo de esa parte de nuestra alma que queda siempre tras cada artículo, canción o programa y que sabemos que nunca recuperaremos.
7’7 Km, a un ritmo medio de 6:05 min /Km.
Javier Montero Gabarró
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