Ojos que no ven, corazón que no siente

El procastinador tiene a su alcance numerosos trucos para dejarse vencer por la pereza y autoengañarse creyendo haber obrado rectamente. Uno de ellos es el que intentó, sin éxito, hacerme sucumbir ayer.

Se acercaban las diez de la noche y, desde las nueve, estaba tratando de encontrar la disposición mental necesaria para echarme a correr mi hora habitual.

Mucho calor aún, pero no tanto como estos dos días anteriores. No podía ampararme en cuestiones térmicas para saltarme el entrenamiento, desde luego, debía ser más imaginativo y buscar nuevos recursos.

De pronto, un suculento libro cayó en mis manos, promesa de varias horas de disfrute intensas hasta que llegase el momento de acostarme a dormir.

Me entraron unas ganas tremendas de volcarme completamente en su lectura. Pero, claro, me tocaba correr, no debía saltarme el entrenamiento. ¿Cómo resolver la situación?

Muy fácil, me dije. ¿Y si me planifico, a cambio, madrugar el sábado y, tal como me levante, echarme a correr? Después de todo, sólo sería una demora de unas horas.

Para mayor refuerzo, abrí Google Calendar y situé, en verde, una tarea llamada Running en la casilla correspondiente a las 8:30 y de una hora de duración.

Perfecto, concluí, y ahora a lo que de verdad me apetece hacer…

Me eché a reir. Buen intento, buen intento…

Me puse los pantalanes cortos y una camiseta, me calcé mis zapatatillas pronadoras y a las 22:02 ya estaba pateando Sevilla.

Fue tan rápido el gesto que no le di ni opción al procastinador a que abriese la boca. Pasé incluso de coger el pulsómetro.

Como lo habéis oido: por primera vez en mi vida de corredor pasé del ForeRunner.

Cargué las llaves, el DNI y un móvil (que me daría una referencia temporal, aunque tampoco la necesitaba) en la riñonera y empecé a correr directamente, sin estirar.

Mi premisa consistía en ir lento. Desde luego, dudo mucho que fuera inferior a 140 ppm. Sólo sé que fui despacio, pero más rápido de lo habitual.

Abandoné el centro por la Ronda de Capuchinos y desde ahí me dirigí directamente a la Barqueta para descender a la orilla del río con dirección a la Torre del Oro.

En el trayecto, escuché desde un bar de copas arriba, a un compañero de trabajo, cubata en mano, gritándome: «Ahí te quiero ver». Por un momento me hizo cuestionarme si no debería quizás estar yo también de juerga en vez de metiéndome una «pechá» kilométrica.

Pasada la altura del pabellón de la Navegación, el paseo se volvió intransitable. Era viernes por la noche. Una piña densa botellónica dificultó mi marcha hasta bien pasado el puente de Triana.

Detesto los botellones. Pero que cada cual se la machaque como le dé la gana.

Decidí que no tomaría de vuelta el mismo camino y eligiría otra ruta.

En la Torre del Oro abandoné la vera del río y tomé la calle San Fernando para rodear todo el centro de Sevilla por la ronda: jardines de Murillo, puerta de la carne, Menéndez Pelayo, Osario y, por la Trinidad, internarme hacia la Macarena.

Total, 55 deliciosos minutos. No sé ni qué distancia recorrí ni a cuánto latió mi corazón. Sé que fui, en todo momento, lo suficientemente lento para ir cómodo, pero apreté bastante más que otras veces, especialmente en la segunda mitad del recorrido.

Ojos que no ven, ¿corazón que no siente?

Javier Montero

Salgo, no salgo…

Día de calor horroroso, con termómetros alcanzando los 43 grados. He pasado media tarde tratando de decidir si saldría a correr hoy o no.

La excusa era perfecta, ¿qué loco se echaría a correr con semejante calor?

Pero por muchos argumentos semejantes que acudían a mi mente sabía que detrás sólo se escondía la pereza propia de la lánguida lasitud del verano que está a punto de entrar.

Si uno se hidrata adecuadamente, sale al atardecer o al anochecer, ¿qué problema le supone realmente el calor?

En mi caso: me hace sudar más y me obliga a ir más lento. Pero nada más.

Creo que uno de los motivos que echa atrás a mucha gente a la hora de entrenar en verano es porque se cansan más al tratar de mantener el mismo ritmo que en primavera, y eso les desmotiva.

La opción «ir más despacio» ni se plantea: es preferible quedarse en casa a someter a nuestro preciado ego a una humillación.

Una de las ventajas de salir con pulsómetro, atendiendo exclusivamente al pulso y sin considerar el ritmo, es que este se adecúa en función de las condiciones climatológicas. En verano somos, naturalmente más lentos bajo el mismo esfuerzo cardíaco.

Sí, al fin, he salido a correr mis sesenta minutos habituales. Verdaderamente, lo único que me estaba apartando de hacerlo era la misma pereza que con frecuencia nos aparta de las cosas que realmente nos hacen mejores.

Porque las sensaciones al final han sido las mismas de siempre, la satisfacción del deber cumplido.

Denominación: 60′ FC [135-139]

Y nueva ruta, llegando hasta Nervión e incluyendo al regreso una vuelta por los Jardines del Valle que, aunque corta, ofrece un trayecto cien por cien sobre tierra.

Javier Montero

El entrenamiento típico de un fin de semana

No tengo ocasión de hacer deporte por la mañana, salvo los fines de semana o durante las vacaciones. Por eso, suelo aprovechar los sábados y domingos para ejercitarme en los primeros compases del día.

Además, corro un día sí y otro no, con lo cual uno de los dos días siempre realizo mi tirada larga (que es igual que la corta, porque últimamente siempre entreno igual).

Por lo general, acostumbro a ir a un gimnasio los fines de semana. Suelo matar dos pájaros de un tiro y en la misma sesión combino el acondicionamiento con pesas con el entrenamiento propio. A veces lo realizo en la misma sala, empleando alguna de las cintas, o abandono temporalmente la instalación para patearme el cercano parque del Alamillo.

O también puedo optar por correr temprano desde mi casa y acudir al gimnasio más tranquilamente a media mañana, como hice la semana pasada.

Mis desplazamientos hasta allí suelen ser en bicicleta, por lo que al deporte realizado hay que añadirle unos seis kilómetros pedaleando a un ritmo suave.

Ayer sábado comencé con las pesas. Tenía previsto ejercitar el pecho y la espalda.

– Pecho: banca press
– Pecho: apertura en máquina
– Pecho: banca oblícua
– Dorsal: polea superior
– Dorsal: polea en remo

Me subí después a una de las cintas con la intención de hacer algunos experimentos aeróbicos con cuestas artificiales. Recuerdo que Sevilla es llana y que las cuestas no abundan precisamente.

Resulta una contradicción hablar de entrenamiento aeróbico, a mi estilo, y de cuestas. Es lo mismo que decir que uno va a hacer «series aeróbicas». Pero tenía la intención de comprobar cuánto debía reducir mi velocidad para mantener el pulso dentro del rango previsto.

Pero mi gozo en un pozo. No hice más que encender el Forerunner y a los cinco segundos se apagó de nuevo por falta de batería. Llevaba apurándola unas cuantas semanas y ya empezaba a pensar que iba a durar toda la vida así. Es sorprendente lo mucho que dura la batería cuando no se utiliza la función GPS.

Así que decidí que correría con libertad, sin someterme a la tiranía del pulsómetro.

¿A cuánto lanzaría la cinta? ¿11 Km/h? ¿Tal vez 12 Km/h? ¿O un combinado según lo viera?

Pues no…

A falta de pulsómetro arranqué la cinta a una velocidad que ya sabía por otras ocasiones me permitiría, holgadamente, que mi pulso permaneciera dentro del rango comprendido entre 135 y 139 latidos por minuto.

Me planté cómodamente a 8 Km/h y a echar millas!

Denominación: 60′ en cinta FC supuestamente entre [135-139]

Cuando estaba terminando el ejercicio se subió un colega a una de las máquinas de al lado y me preguntó, asombrado, cuánto tiempo empleaba corriendo.

Lo que a nosotros nos parece ya incluso poco, resulta una proeza increible para alguien que no está en el mundillo. Le contesté que si alguna vez se animaba a hacer algo parecido, me preguntara con toda confianza y le explicaría cómo hacerlo.

En un gimnasio de pesas es raro ver a gente realizar tiradas largas. Creo que temen perder su tan ansiada y costosamente adquirida masa muscular. Huyen de estas máquinas como quien escapa del mismo diablo.

Hoy domingo he hecho algo similar, pero sustituyendo el trabajo aeróbico corriendo por otro alternativo. Quien haya seguido el blog recordará la entrada «El modelo de la continuidad aeróbica«, del 19/5/2011, en el que explico mi metodología, consistente en realizar ejercicios aeróbicos cruzados en diversos rangos de pulsaciones bajas.

En la parte de musculación, me he dedicado a completar los ejercicios del tren superior que inicié ayer:

– Hombro: press militar en máquina
– Hombro: aperturas laterales en máquina
– Hombro: aperturas hacia atrás en máquina
– Triceps: polea
– Triceps: press francés
– Triceps: patada
– Biceps: curl
– Biceps: concentrado
– Biceps: alterno, de pie

Y como plato aeróbico he elegido una máquina que llevaba tiempo picando mi curiosidad, de nombre «Treadclimber».

La foto con la que comienza la entrada del blog muestra cómo es el artefacto.

Es como una cinta, pero dividida longitudinalmente en dos plataformas, una para cada pierna, que alternativamente van subiendo y bajando. Es una máquina diseñada para SUBIR CUESTAS andando.

Me he plantado el pulsómetro (recién cargado), he configurado la cuesta más pronunciada y he ido aumentando la velocidad de modo que el rango de pulsaciones cayera entre 130 y 134, algo que conseguí a una velocidad (que fue incrementándose con el tiempo) de 5’3 Km/h (valor final).

He «escalado» 30 minutos buenos que me han dejado chorreando de sudor. Una máquina curiosa e interesante.

Bicicleta de vuelta a casa y fin de la sesión deportiva, a falta de la redacción de la crónica, ese minuto de gloria al que uno tiene derecho tras haber cumplido con sus deberes.

Javier Montero

El huevo de Colón

Cuenta la leyenda que, estando Cristobal Colón reunido con un grupo de nobles españoles, uno de estos quiso restarle mérito a su hazaña del descubrimiento de América. Colón, como respuesta, pidió que le trajeran un huevo e instó a los presentes a que lo colocaran de pie.

Uno a uno, los nobles fueron fracasando en el intento. Cuando el huevo regresó a Colón, lo cascó ligeramente golpeando su base contra la mesa y acto seguido, pudo colocarlo de pie.

Es el sesgo retrospectivo. Todo se ve muy fácil cuando ya se sabe cómo hacerlo.

Y así de sencillo es… No tengo más que ponerme las zapatillas y salir a la calle a correr. Es sólo una hora (mis entrenamientos actuales son de todos de ese tiempo), pero sé que podría ser más perfectamente.

Pero no deja de sorprenderme. Hace tan sólo seis meses habría asegurado que era algo completamente imposible para mí.

Ayer modifiqué mi ruta por el río. En vez de recorrer el habitual tramo entre la Barqueta y la Torre del Oro, tomé el rumbo en dirección contraria, hacia el Puente del Alamillo y de ahí continuar hasta la dársena, en San Jerónimo, ese lugar especial donde, de repente, y no sin sorpresa, se acaba el río.

Descubrí el paseo fluvial tan precioso que ha quedado, tras mucho tiempo de obras, conectando Torneo con los parques de San Jerónimo y el Alamillo. Una ruta imprescindible para cualquier sevillano que aún no la conozca.

Al llegar al final del río, junto a la circunvalación super norte, me adentré en el parque de San Jerónimo y alcancé la majestuosa estatua de más de 30 metros de altura del huevo de Colón.

El nombre real de la estructura es «El nacimiento del hombre nuevo».

Ante ella me sentí insignificante, el eterno aprendiz…

Denominación: 60′ FC [135-139]

Javier Montero

Visita al podólogo

Era algo que rondaba por mi cabeza desde hacía tiempo.

No siento molestias de ningún tipo al correr, entonces, ¿por qué hacerme unas plantillas a medida?

Precisamente por eso, para tratar de seguir sin molestias conforme vaya incrementando la carga.

Ayer tuve una cita con el podólogo. Media hora larga de pruebas de todo tipo, muchos gráficos y secuencias de imágenes en las que se apreciaba perfectamente la distribución del peso en los pies en cada fase de la zancada.

Detectada una dismetría de 5 mm entre las dos piernas.

Y no sé qué historia de los arcos interno y externo que limitaba la función de amortiguación del pie.

Toma de moldes sobre una sustancia granulada… Fue como hundir los pies en la arena mojada de la playa.

En diez o quince días podré recoger las plantillas.

Iba a echarme a entrenar al salir (fui a la clínica ya con pantalones cortos y calzado deportivo), pero una llamada telefónica me hizo cambiar de planes…

Pero cayó un paseíto de unos 10 Km en total, lo cual tampoco estuvo mal.

Hoy he salido a correr por mi ruta habitual centro-río. Una enriquecedora hora a fuego lento, como de costumbre.

Denominación: 60′ FC [135-139]

A quien madruga Dios le ayuda

Hoy siento que he dado un paso importante como corredor.

El sábado o domingo que me toca correr suelo levantarme, desayunar con calma y remolonear hasta las 11:30 o así, hora en la que cojo la bicicleta para desplazarme al gimnasio y, desde allí, planificar una tirada, bien por el Parque del Alamillo, próximo a él, o bien en una de las cintas si la temperatura exterior lo aconseja. Una vez concluida la sesión de running aprovecho para acondicionar.

Hoy, que me tocaba entrenar, he optado por hacer algo más estimulante: salir a correr temprano, sin remolonear, y antes incluso de haber desayunado.

Así que me he incorporado de la cama y, sin pensármelo dos veces, me he lavado y vestido, he cogido el pulsómetro, la gorra y las gafas de sol, he cargado el iPod con el «Brave» de Marillion y he salido a patear la calle con una agradable temperatura matinal de 20 grados.

No suelo llevarme música cuando entreno, y dudo mucho de que vuelva a hacerlo. Tengo la mente entretenida con muchas cosas y no puedo prestar atención a la música. Que si mi pisada, que si el pulso, o las personas con las que me cruzo, los paisajes, o me pongo a dialogar mentalmente conmigo mismo.

Para la música soy muy pejigueras, no me gusta que esté en segundo plano. Cuando escucho música vuelco completamente mi atención sobre ella al igual que si estuviera leyendo un libro.

Definitivamente, el iPod mejor en casa a la hora de correr.

He salido desde el centro, subido por la carretera de Carmona y me he internado en el enorme Parque de Miraflores, con sus muy buenos kilómetros sobre tierra.

Muchos corredores madrugadores; ese parque siempre está abarrotado de ellos.

He descubierto lo que es sumergirse en una nube enorme y agobiante de mosquitos que me han acompañado durante varios centenares de metros. Menos mal que llevaba gafas de sol y que respiraba por la nariz. Menos mal, también, que no eran de los que pican.

En otro punto del recorrido me he cruzado con un pato que había abandonado el estanque. He tenido que apartarme yo, el tío ha pasado de mí y no se quitaba de en medio.

Completada la vuelta completa al parque he retomado el camino inverso de regreso a casa, donde me he metido una buena duchita, he desayunado un par de sabrosas tostadas y me he puesto a remolonear merecidamente un poco.

Hasta las 11:30, momento en el que he cogido la bici para irme al gimnasio, pero ya con la buena sensación del deber cumplido.

Repetiré más veces lo de hoy, sin duda.

Denominación: 60′ FC [135-139]

Javier Montero

Acumulando horas de vuelo aeróbicas

He aprovechado que quería visitar el gimnasio a trabajar algo los hombros para correr una horita sobre la cinta y matar dos pájaros de un tiro.

La otra opción, salir de noche, también era sugerente. Hacía calor, pero dentro de límites aceptables.

La cuestión importante es que tenía ganas, muchas ganas.

Es fundamental mantenernos motivados y parte de nuestro trabajo como corredores consiste en avivar permanentemente ese fuego que nos empuja a lanzarnos con ilusión a recorrer kilómetros cada día.

Denominación: 60′ en cinta FC [135-139]

Por cierto, he pedido cita con el podólogo para el próximo lunes; he decidido hacerme unas plantillas a medida. Tengo intención de usarlas no solamente corriendo, sino para un uso cotidiano también.

En libertad condicional

Hoy he salido tarde a correr, tal como tenía previsto. A las 9:10 de la noche me he echado a la calle con la intención de patearme con libertad las calles de Sevilla.

El planteamiento era dejarme llevar por las calles del centro improvisando la ruta, sin preocuparme si debía pararme por causa de algún semáforo o por la presencia numerosa de viandantes.

Casi libre del todo. Mi única ligadura era que el pulso debía contenerlo entre 135 y 139 ppm.

Macarena, calle San Luis, plaza San Marcos, la Alfalfa, Argote de Molina, la Catedral, la Torre del Oro y desde ahí regreso por la orilla del río hasta la Barqueta para finalizar nuevamente en la Macarena.

Fantásticas sensaciones…

Denominación: 60′ FC [135-139]

Nota: en breve comenzaré a trabajar ocasionalmente el rango [140-145]

Cerrando la semana en la cinta

Deseoso estaba de entrenar hoy…

Semana muy intensa, repleta de trabajo y emociones. Ayer, que estrictamente debí haber corrido, fue un día completo de asueto como recompensa a la labor realizada durante la semana.

Pero hoy estaba con el mono. Me apetecía mucho correr. Ademas, me apetecía hacerlo en la cinta. De paso aprovecharía para realizar unos ejercicios de acondicionamiento de piernas complementarios.

Desplazamiento en bici hasta el gimnasio y rápidamente me subo a una de las cintas.

Una hora de trabajo aeróbico muy buena, conteniendo el pulso entre 135 y 139 ppm.

Es lo que tienen estas benditas máquinas. Plantas una velocidad constante; si ves que las pulsaciones pasan del rango, disminuyes en un punto (una décima) la velocidad. O la aumentas si descienden de 135.

No me ha resultado en absoluto aburrido. Como una hora es un tiempo considerable, ves que las máquinas a tu lado se van ocupando con distintas personas. De cuando en cuando me ponía a hablar con ellas.

He presumido un poco, lo admito: la gente sofocada corriendo y yo hablándoles como si no estuviera en una cinta. Y mi máquina estaba silenciosa, no se oía el golpeteo de los pies contra el suelo.

La gran sudada no me la ha quitado nadie. A pesar de eso, benditas sean las cintas, especialmente en el verano.

Con estos inventos puedes programar casi cualquier cosa que te pase por la cabeza.

Un día le meteré mano a las cuestas…

Denominación: 60′ en cinta FC [135-139]

¿Jugándome el pellejo?

Hoy no había excusa para saltarme el entreno. Desde el sábado pasado, día del memorial Carmona Paez, no había vuelto a calzarme las zapatillas.

Pero el día se planteaba muy complicado. Otros asuntos prioritarios me iban a ocupar la tarde. Si quería correr, debía hacerlo entre las cuatro y las cinco, con todo lo que eso significaba en Sevilla.

El vigilante me pregunta a la salida. Cuando le digo que me dispongo a correr una hora, se pone serio y me dice que ni se me ocurra, «tú sabrás lo que haces si quieres suicidarte». Y me cuenta casos de corredores que han tenido que ser conducidos en ambulancia hasta el hospital.

Le digo una mentirijilla, que tantearé y me pondré en la cinta a correr y me dirijo a los vestuarios, con sus proféticas palabras acomodándose en mi mente.

Estiro un poco y antes de las cuatro ya estoy pateando el asfalto a la solana con una botella de agua en la mano.

El calor es tremendo. Correr a estas horas es de auténticos colgaos.

Complicado mantener el pulso a raya; hay que desplazarse muy, muy despacio para no superar las 140 ppm.

La tentación empieza a martillear en mi oído. Considero correr solo 20 minutos fuera y el resto en la cinta. Posiblemente fuera lo más sensato.

Las palabras del vigilante siguen resonando en mi mente.

Llega el minuto 20 y me propongo extenderlo hasta el 30. No estoy en absoluto cansado, pero quizás la frontera entre estar consciente o desmayarme sea tan efímera como una gota de agua bajo el sol.

Agua que ya no me queda. Absolutamente pocha e imbebible, la remato vertiéndola sobre mi cabeza, bajo la gorra. Pero es una sensación desagradable. Lejos de refrescarme el cráneo, me lo quema, de caliente que está el líquido.

Cumple el minuto 30 y me digo que perdidos al río. Seguiré hasta el minuto 45. Total, con estos rigores uno se puede (y probablemente debe) permitir entrenar algo menos. Además, 45 minutos sigue siendo un buen entreno.

De repente, si mediar aviso, el pulsómetro se planta en más de 190 pulsaciones. Me llevo la mano al cuello e intento calcular a pelo el pulso. Parece una falsa alarma.

Me pregunto qué sucederá justo antes de un desmayo. Imagino que el pulso se pondrá por las nubes.

En varias ocasiones el pulso de dispara. Creo que el calor también está afectando al ForeRunner y lo vuelve algo majareta.

Llego al minuto 45 completamente seco. Pero, por quince minutos que me quedan, ¿no voy a acabar la hora? El pulso sigue controlado, nada malo debería pasarme.

Un minuto antes de la hora decido ponerme a andar. No es por cansancio, pero tenía la sensación de que la media de pulsaciones que mantenía en 139 (con bastante dificultad) hasta ese momento, iba a subir inminentemente a 140, en el último minuto. Me hubiese defraudado haber acabado en 140 después del duro trabajo realizado, así que opté por caminar los últimos sesenta segundos antes de la hora.

Podrá parecer una insignificancia una pulsación más o menos. Físicamente con toda certeza lo sea, pero psicológicamente os aseguro que no.

Denominación: 60′ FC media = 139 ppm
Exigencia: 4
FC media = 139 ppm

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