Mens sana in corpore sano

Llevo un par de días inmerso en una tarea que me exige un gran esfuerzo intelectual. Al tratarse de una actividad con la que disfruto, me resulta fácil abstraerme y volcar toda mi pasión y energía en ella.

Seguro que sabéis de lo que hablo: perdemos la noción del tiempo; nos descuidamos físicamente, privándonos de horas de descanso y, posiblemente, alimentándonos de prisa y mal. Estamos tan enfrascados en la tarea que no nos percatamos de las señales de alerta que nos envía el cuerpo reclamando atención. Y a pesar de que nuestro rendimiento esté probablemente ya muy mermado seguimos atrapados en ese círculo vicioso de degeneración gratuita.

En estos casos, la famosa frase de Juvenal que da título a este post sale a nuestra ayuda, recordándonos la importancia de lograr el equilibrio entre las dimensiones física y psíquica para poder estar en condiciones de dar lo mejor de nosotros mismos.

Con esa idea he salido este domingo a entrenar. El trabajo podía esperar hasta más tarde, correr NO. Demasiadas horas seguidas sin ejercicio físico, la prioridad estaba clara cuál era.

Como quería aprovechar para acondicionar también en el gimnasio, me he echado a correr con la mochila a cuestas hasta allí. Sin pulsómetro, reloj, ni nada, y dándole caña, que era lo que me pedía el cuerpo en esos momentos.

Una vez dentro, ejercicios de pecho y espalda con pesas, hasta llegar al momento deseado de subir a la cinta:

CR-III (140, 155, 4, 2), totalizando 48 minutos. Suficiente, teniendo en cuenta los más o menos 35 minutos adicionales por los desplazamientos.

Finalizo con estiramientos y algo de abdominales y me echo a correr de vuelta a casa con la mochila a cuestas.

Como anécdota curiosa, destacar que durante el trayecto de ida me crucé, a la altura del arco de la Macarena, con un hombre que se desplazaba con unas muletas y que puso una cara extraña al verme corriendo con el macuto, o tal vez, quién sabe, por la ironía de su condición al toparse con un corredor. Al regreso me detuve en un chino a comprar algo de pan. Cuando abandoné la tienda, retomé la carrera y ahí estaba de nuevo la misma persona, con un gesto aún más perplejo, pensando que, sin duda, yo sería una especie de chiflado al que le gusta ir corriendo a todos los lados.

Y, la verdad, me encantaría. Si no fuera porque se suda y porque no sé qué tal les sentaría a mis pies eso de correr con zapatos, ese sería mi medio de transporte favorito en Sevilla.

Hasta me he planteado, como reto, ahora que ya soy capaz de darme el madrugón y salir a correr a las seis de la mañana, la posibilidad de ir alguna que otra vez corriendo hasta el trabajo. Total, son únicamente 12 kilómetros de nada. Podría incluso ducharme allí.

Lo malo sería el regreso, que dependería de que alguien me llevara de vuelta. No me veo en condiciones, aún de realizar doblete en esa distancia.

Pero todo se correrá…

Javier Montero

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