Qué tendrá este deporte que, por cerca o lejos que vayamos, por lento o rápido que corramos o por mucho o poco que variemos nuestros recorridos, nunca albergamos la sensación de estar haciendo algo rutinario.
Después de cualquier entrenamiento, por suave o exigente que nos haya resultado, siempre hay una percepción de prueba superada, de triunfo sobre nosotros mismos, de victoria sobre nuestros miedos más íntimos. Al menos, es lo que a mí me sucede, pero apostaría que también es así en la gran mayoría de los que practican este deporte.
Y cuando uno se levanta de la cama antes de las seis de la mañana, se bebe dos vasos de agua y, en ayunas, se echa a la calle a correr mientras la ciudad aún duerme, esa sensación de victoria es el doble de intensa.
Correr de noche, con las calles desiertas y que te sorprenda, casi sin darte cuenta, el amanecer, es algo que reconforta física y espiritualmente. Es como volver a nacer, o como si desde la montaña más alta contemplaras el mundo a tus pies.
Ese horario se ha convertido ya en mi favorito para entrenar, casi una necesidad para mí si quiero seguir corriendo en Sevilla durante el verano.
Y después, naturalmente, tras el oportuno estiramiento, una buena ducha y un desayuno que parece nutrir instantáneamente cada célula del cuerpo.
Cuando, poco después, me dirijo al trabajo, tengo la sensación de que el tiempo ha transcurrido de una manera especial y me parece muy lejano el momento en que me eché a correr.
Y me dispongo sereno a afrontar las vicisitudes que el día me habrá de deparar, pero con ese convencimiento de que lo más importante y valioso que tenía que hacer ya está hecho.
(7’35 Km, 44 min, 5:59 min/Km)
Javier Montero Gabarró
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