Hacía ya muchos meses que no escribía sobre mis entrenamientos. Salvo dos artículos puntuales sobre la nocturna del Guadalquivir y la San Silvestre vallecana, los artículos de running no se han vuelto a ver por el blog.
La razón de eso es porque en agosto, a raíz de una pequeña lesión, que hizo que me replanteara mi trayectoria, decidí volver a comenzar absolutamente desde cero.
Volver a empezar significaba correr muy poco tiempo y muy lento. La primera semana mis entrenamientos consistieron en breves tiradas de apenas cinco minutos un día sí y un día no.
El método riguroso que seguiría consistía en incrementar cada semana la exigencia de un modo muy sutil. Cada semana mis entrenamientos aumentaban dos minutos y medio respecto a los de la anterior. Así, la segunda semana corría 7’5 minutos y la tercera ya estaba en los 10.
Acostumbrado a entrenamientos de hora y media, este cambio radical implicaba mucha paciencia. Pero era el mejor modo de readaptar mi organismo a los cambios drásticos que suceden cuando uno corre.
En la crisis que me llevó a esa decisión comprendí lo mal que había hecho las cosas a lo largo de la temporada anterior. Hace falta muchos años para forjar a un corredor y creer que uno puede lograrlo en un solo año es una ilusión que puede ocasionarnos serios disgustos, como una lesión, o el abandono de la actividad por la falta de motivación.
Y es que, en ese frenesí ridículo de afán de superación en tan corto plazo, era necesario detenerse y volver a conectar con las motivaciones intrínsecas que hacen que disfrutemos de un ejercicio tan excelente como correr simplemente por lo que es. Y así, aprendí a esperar con ilusión esos cinco minutos y a disfrutar de ellos como si fuera lo último que viviera. Me entregaba a ellos con total pasión y los recibía agradecido como el mejor de los premios.
Con constancia y mucha paciencia, poco a poco las tiradas fueron incrementando su duración. En los hitos importantes, como los 20 o 30 minutos, me permitía repetir una semana extra sin incrementos, para consolidar mejor el trabajo. Estaba también muy pendiente de las sensaciones y, si tenía la menor duda en que alguna parte de mi cuerpo se quedaba rezagada con los pequeños incrementos, no dudaba en esperar y mantener el tiempo una semana más sin aumentarlo.
Las reglas eran rigurosas y las respetaba escrupulosamente: no más que el tiempo planificado y a un ritmo lento que me permitiera finalizar el ejercicio sin sensación de cansancio. El ritmo lo controlaba por sensaciones, el que me pidiera el cuerpo en cada momento. El pulsómetro, cuando lo utilizaba (tan sólo me hacía falta un reloj simple para controlar la duración del ejercicio) corroboraba que, en circunstancias muy cómodas, mi corazón latía en torno a los 150 pulsos por minuto.
La única excepción a la regla era mi compromiso con las carreras, en particular los doce kilómetros de la nocturna del Guadalquivir, a finales de septiembre, y los diez de la San Silvestre vallecana, el último día del año. Y así, las corrí y disfruté, con cuidado de no dejarme el alma en ellas.
Con el nuevo año decidí dejar de correr días alternos (7 entrenamientos en 14 días) y hacerlo cuatro días a la semana. Eso implicaba que tocaría entrenar dos días seguidos a la semana, rompiendo con el día de descanso entre medias sagrado hasta entonces.
Mi experiencia en este sentido ha sido muy satisfactoria. Dado que son entrenamientos suaves en exigencia, no ha habido ningún problema en hacerlo. De hecho, me sucede algo muy curioso: el segundo día consecutivo el cuerpo se comporta mucho mejor aún que el primero.
En el entrenamiento de hoy me he despedido de los 42’5 minutos tras varias semanas con ellos. Y lo he hecho de un modo muy grato. Últimamente estaba entrenando a ritmos suaves entre 6 y 6:30 minutos por kilómetro, pero hoy he llegado más lejos y con la misma percepción de esfuerzo que ayer: un ritmo de 5:45 que me ha dejado sorprendido, pues sólo entreno a velocidades que no me cansen en absoluto.
Así que el cuerpo me pide un nuevo y sutil cambio de nivel: la semana que viene toca pasar ya, de 42’5 a 45 minutos, que ya los estoy ansiando.
Y todo a esto a dos semanas justas de mi primera popular del año: la carrera Divina Pastora – Sevilla, prueba en la que conseguí mi mejor marca personal el año pasado en la distancia de 10K (54′ 10″). El objetivo sigue siendo el mismo que en la nocturna y la San Silvestre: simplemente acabarla. Correrla a mejor ritmo que en mis entrenamientos, por supuesto, pero sin dejarme el alma en el intento.
Porque, después de ella, retomaré mis entrenamientos cortos y lentos que tanto, tanto placer me dan.
Javier Montero Gabarró
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El Club del Autodidacta
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