Empecé a correr hace un año justo ahora para poder estar ahí: recorrer, el último día del año, los diez kilómetros que median entre el estadio Santiago Bernabeu y Vallecas.
Justo hace un año me compré en Madrid mis primeras zapatillas de correr. En el horizonte, dos retos que para mí resultaban sobrehumanos: la Nocturna del Guadalquivir en Sevilla y la San Silvestre vallecana en Madrid.
En septiembre cumplí el primero de ellos; ayer, el segundo. Repartidas durante el año, además, muchas otras carreras populares repletas de emoción.
Sin ninguna pretensión de marcas, simplemente estar ahí. Me posicioné en el cajetín de 55 minutos que me correspondía por mi mejor marca acreditada (54′ en la carrera Divina Pastora – Sevilla) y programé ForeRundy para que me llevara a meta, sin sufrimiento, en menos de una hora.
Más de 38.000 corredores nos juntamos ayer. Si creía haber visto todo ya en la nocturna de Sevilla, me equivocaba por completo. 38.000 ilusiones y anhelos esperábamos impacientes el disparo de salida.
Tras la primera tanda de corredores, que se llevó a los 12.000 primeros Concha Espina arriba, salió el segundo lote, en el que me encontraba.
Al final de la primera gran cuesta me giré para contemplar la gran masa humana a mis espaldas. ¡Qué impresión!
Pegado al globo de los 55 minutos descendí por Serrano, alcancé la Puerta de Alcalá, y tomé la Castellana perdido en ensoñaciones y disfrutando como un niño de cada metro de ese recorrido tan especial y de ese público tan numeroso que nos estuvo animando metro a metro. Hoy, horas después, cierro los ojos y soy capaz de revivir perfectamente cada tramo de la carrera.
La entrada en Vallecas fue dura, tal como estaba previsto. La avenida de la Albufera se me hizo larguísima. Tuve que aminorar la velocidad y perdí definitivamente al globo de los 55 minutos. Por más que miraba a la masa humana delante mía, no divisaba el fin de la cuesta.
Fueron dos últimos kilómetros difíciles que me recordaron que una de las razones por las que creo que, en mayor o menor medida, todos corremos, es por ese «masoquismo» especial, ese sufrimiento que es capaz de apaciguar y hacer más llevaderas las penas más profundas del alma.
Entré en meta en 57′ 57″, según me indicó un SMS que recibí ya en el metro. Devolví el chip, recogí la prendas en el guardarropa y me cambié para protegerme del frío de la noche. Allí me esperaba mi cuñado Rafa, que había terminado la carrera en 38′, junto a otros compañeros de su club de atletismo C.A. Villanueva.
Un sobresaliente a la organización y a las más de 600 personas que velaron por que todo resultara perfecto y sin cuellos de botella.
Cada carrera nos hace diferentes, sin lugar a dudas y cada una significa algo para nosotros. Para mí, la San Silvestre vallecana simboliza la rúbrica a un estilo de vida, el compromiso, la superación personal y el convencimiento de que con constancia y pasión podemos lograr casi cualquier cosa que nos propongamos.
Javier Montero
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El Club del Autodidacta
Felicidades Javier que bien, que envidia mas cochina me das , a ver si me pico un poco y me preparo para la bombers y no acabo la ultima como el año pasado, de verdad que me ha dado mucha alegría esta entrada.
¡Muchas gracias, Carol! 🙂
No podía terminar el año de otra forma. Fue una de las razones que me empujó a correr.
Tú la bombers la corres sí o sí… No fue ninguna deshonra que terminaras última. Lo verdaderamente valioso fue que estuviste allí y corriste, algo que no todo el mundo es capaz de hacer. 🙂
¡Enhorabuena Javier!
Toda carrera acabada siempre es un éxito.
¡Un saludo!
Muchas gracias, Juanqui! 🙂
Y si la carrera acabada tiene, además, un significado especial para uno, pues el doble!
Tito enhorabuena! Eres un crack….siempre fuiste mi idolo para mi.
Un abrazo.
Te echo de menos.
Bueno, ha sido un año trabajando para esto… 🙂
Yo también te echo mogollón de menos!!!!! Un super abrazo! 🙂