Exorcizado

El exorcismo del miércoles, para hacer salir al diablo que habitaba en mi cuerpo en forma de moléculas de cafeína, logró su cometido, aunque dejó consigo ciertos efectos colaterales.

Y es que, rodando a cuatro «pelaos», me sentía como si a Regan, la niña del exorcista, la hubieran subido a una cinta, y mientras más blasfemias, improperios, retorcimientos de cuello y berridos soltaba, más caña le daba el padre Karras a la máquina subiendo su velocidad.

Era necesario destrozar mi cuerpo para hacer salir al mal, ese era el trato convenido.

Hoy viernes, con mi alma ya limpia, me he subido a la cinta para recuperar la conciencia de mí mismo, perdida en alguno de mis últimos kilómetros. Me he colocado el pulsómetro y me he propuesto correr una hora sin dejar que mi corazón latiera más de 140 veces cada minuto. Muy despacito, he completado 8’41 Km.

Fui consciente de un dolor agudo en el bajo vientre, a la izquierda nada más comenzar a correr. Poco a poco fue remitiendo hasta dejar de sentirse, pero aún sigo con él y lo noto al hacer abdominales o elevar las piernas.

¿Mereció la pena esta posible lesión en el psoas? El diablo me abandonó, ¡desde luego que mereció la pena!

Pero, como en la más típica de las películas de terror, en la última escena, cuando los protagonistas creen haberse librado del mal, un brillo en los ojos diabólico nos muestra, con toda claridad, que esto no ha hecho más que empezar.

Javier Montero

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