La vida es demasiado corta para no jugar al ajedrez

Cualquiera que haya tenido un contacto serio con el mundo de los trebejos lo sabe de sobra. Una vez se instala el gusanillo en ti, te acompaña de por vida.

A veces con más intensidad, otras con menos. Podrán pasar incluso años sin tocar una pieza, pero al final la pasión siempre regresa.

He pasado varios años sin jugar al ajedrez.

Guardé las piezas y el tablero y empaqueté mi colección de casi 200 libros que ahora almaceno en un trastero.

Pero desde hace un par de semanas las piezas han vuelto a tomar vida. Ya llevaba escuchando días el ronroneo en su caja. Fue abrirla, intrigado, y solas se colocaron sobre el campo de batalla cuadriculado.

He vuelto a suscribirme al ICC para ir recuperando, gradualmente, la forma. Me entablo en partidas rápidas a cinco minutos, algo que nunca me ha gustado particularmente, pero son muy útiles para ir desanquilosando el cerebro.

Al igual que corriendo, me siento más un jugador de fondo que un sprinter.

Las palizas que me meten son tremendas. Trato de recordar líneas de apertura olvidadas y, cuando reacciono, la bandera está a punto de caer. A veces, me dejo piezas como si de un principiante se tratara. No veo tres en un burro.

Pero poco a poco, hay que rodar con paciencia, que quien tuvo, seguro que algo retuvo.

He instalado mi vieja copia de Chessbase, con sus millones de partidas históricas, y me he puesto con la siempre satisfactoria tarea de analizar las partidas de los grandes maestros. Podría pasarme horas con cada una de ellas…

Dudo mucho que vuelva a caer en actividades que terminaron quemándome como la liga por equipos. Si este verano encuentro algún torneo de semirrápidas en Andalucía que se dispute durante un fin de semana, quizás me apunte. El turismo-chess siempre ha llamado mi atención. Con frecuencia he envidiado la vida del jugador profesional, de torneo en torneo por toda la geografía mundial, a menudo no obteniendo más que apenas lo mínimo para subsistir y teniendo que dejarse la piel en el tablero para tener opción a un premio en metálico.

Si, llegado enero, el gusanillo persiste, tal vez considere la posibilidad de inscribirme en el open internacional que se disputa cada año en Sevilla, un torneo que provoca en mí tanto buenos como malo recuerdos.

Cualquier jugador lo sabe: asomarse a la ventana de las 64 casillas es entrar en un mundo fascinante. Es muy fácil quedar hechizado y querer pasar más tiempo en él que en el supuesto mundo «real» en el que vivimos.

El dramaturgo inglés Henry James Byron dijo, en una ocasión, que la vida era demasiado corta para el ajedrez.

La frase se presta a dos significados:

Por un lado, podría haber querido criticar al jugador de ajedrez diciendo que la vida era demasiado corta para perderla en un simple juego.

Pero el significado más aceptado por la comunidad ajedrecística es que harían falta varias vidas para dominar la complejidad de este inabarcable juego-ciencia.

A mí me gusta jugar con la frase y decir que la vida es demasiado corta como para no jugar al ajedrez. Es tan mágico y misterioro su mundo, que perfectamente podría dar sentido a toda una vida entera.

Javier Montero

La gran decisión del verano

En matemáticas, un axioma es un enunciado del cual aceptamos su veracidad sin exigir una demostración. Los axiomas son los pilares sobre los que elaboraremos después enunciados más complejos.

Hoy he roto definitivamente uno de mis axiomas básicos en relación a este deporte. Y no es otro sino este:

«Voy a pasar unos cuantos meses rodando a la máxima velocidad que me permita un pulso no superior a 139 ppm».

Ignorante de mí, inexperto corredor en mi primer año como tal, desprecié el tremendo efecto del calor del verano al correr.

Ya tanteé esa posibilidad el domingo pasado, durante el entrenamiento en Madrid. Hoy lo ratifico.

Amplio el límite superior hasta un máximo de 149 ppm.

Podría rodar a 139, pero me aburre tremendamente correr a menos de 8 Km/h. Y si no me divierto, no funciono. Las motivaciones intrínsecas son imprescindibles para mí.

Cuando acabe el verano, replantearé la cuestión nuevamente.

Al amparo de esa nueva ley, he cogido la bicicleta a las seis y veinte de la tarde con la intención de dirigirme al gimnasio y trabajar algo de pesas, junto a la sesión correspondiente corriendo.

Los termómetros con los que me he cruzado marcaban la «friolera» de 47 grados.

Unos cuarenta minutos para trabajar hombros, triceps y biceps. Series de 18 repeticiones con muy poco peso.

Cuando uno tiene tantas ganas de correr, está deseando acabar para ponerse manos a la obra cuanto antes. Me ha costado contenerme y cumplir con el trabajo previo.

Una hora y diez minutos sobre la cinta, segundo rodaje con las plantillas nuevas.

Pulso típico de unos 143 ppm. Aún tengo margen hasta el límite superior, lo cual me va a permitir cierto juego y alegría en mis entrenos veraniegos.

Javier Montero

Carretera y manta

Último día de estas mini vacaciones en casa de mis padres y no he querido despedirme de ellas sin un buen entrenamiento matinal.

Ayer debía estar corriendo la nocturna de Dos Hermanas y, hoy, como compensación por no poder hacerlo por causa del viaje, estaban en el aire los 10K de Leganés.

Ni una cosa ni la otra pudo ser, pero, al menos, una hora de entreno resultaba obligada que menos que por decencia.

No me lo he pensado dos veces: tal como me he levantado temprano, me he vestido, me he bebido un vaso de agua y me echado a correr.

Sin grandes restricciones: este fin de semana le hubiese tocado a mi corazón latir rápido en una popular, así que he perdonado el límite de 139 y me he permitido rodar en un régimen en torno a 150 ppm sin ningún tipo de remordimiento. No he conseguido apenas mejoría en ritmo, todo hay que decirlo. Esta visto que, con estas temperaturas tan altas, para ir decentemente rápido debería someter al corazón a un pulso contínuo de al menos 160 ppm.

Por otro lado, inauguración de las plantillas entrenando sobre las ASICS Gel Kayano 17. La duda que se plantea es si voy a poder mantenerlas o, por el contrario, necesitaré comprar unas zapatillas completamente neutras.

El resultado ha sido satisfactorio, sin problemas de ningún tipo tras esta primera prueba.

Duchita, desayuno esperándome y estiramientos en condiciones.

Dentro de un rato, la paellita de mamá, que no hay otra igual en el mundo.

Después, carretera y manta.

Javier Montero

Python – Capítulo 8: La estructura "while"

Objetivo: presentar la estructura de control while en Python para la repetición de un bloque de instrucciones en tanto y cuanto se cumpla determinada condición.

Supongamos que tenemos un determinado conjunto de instrucciones que queremos repetir en bucle siempre que se cumpla cierta condición. Python resuelve esto a través de la estructura while (que significa mientras, en inglés).

La filosofía es sencilla: mientras se cumpla una condición dada, repite un conjunto de instrucciones.


while condición:
    instrucción 1
    instrucción 2
    instrucción n

Recuerda que la forma que tiene Python para delimitar los bloques de instrucciones es a través de su indentación.

¿Cómo funciona el bucle while?

Se evalua la condición al comienzo del bucle. Si es verdadera, True, el conjunto completo de instrucciones indentadas se ejecuta. Una vez concluido, volvemos arriba y reevaluamos nuevamente la condición. Si sigue siendo cierta, repetimos de nuevo el bucle.

Y así sucesivamente. En el momento en el que la evaluación al comienzo sea falsa, False, el bucle dejará de ejecutarse y el programa saltará a la siguiente instrucción fuera de él.

Recuerda el programa del artículo anterior:


valor = input('Introduce un número del 1 al 6: ')
if int(valor) == 1:
    print('El dado rueda..., ha salido el UNO')
elif int(valor) == 2:
    print('La suerte está echada..., ha salido el DOS')
elif int(valor) == 3:
    print('El dado nos muestra... un TRES')
elif int(valor) == 4:
    print('Increíble pero cierto... ha salido un CUATRO')
elif int(valor) == 5:
    print('Si esto fuera el parchís sacarías ficha. Ha salido el CINCO')
elif int(valor) == 6:
    print('Enhorabuena, has sacado el valor más alto del dado, el SEIS')
else:
    print('Lo siento, el dado no puede devolver ese valor')

Se nos requería la introducción de un número y, si este correspondía a una cara del dado (valor entre uno y seis), nos mostraba su valor. En el caso de que el número no estuviese en el rango adecuado, nos instaba a que volviéramos a intentarlo y el programa concluía. Pero volver a intentarlo implicaba volver a lanzar el programa de nuevo.

El programa siguiente lo hemos mejorado para que no haya que volver a ejecutarlo en el caso de que no se introduzca un valor adecuado:


valor = int(input('Introduce un número del 1 al 6: '))
while valor<1 or valor>6:
    print("Por favor, el número ha de ser un número entre el uno y el seis.")
    valor = int(input('Introduce un número del 1 al 6: '))
if valor == 1:
    print('El dado rueda..., ha salido el UNO')
elif valor == 2:
    print('La suerte está echada..., ha salido el DOS')
elif valor == 3:
    print('El dado nos muestra... un TRES')
elif valor == 4:
    print('Increíble pero cierto... ha salido un CUATRO')
elif valor == 5:
    print('Si esto fuera el parchís sacarías ficha. Ha salido el CINCO')
elif valor == 6:
    print('Enhorabuena, has sacado el valor más alto del dado, el SEIS')

Observemos el bucle while, justo desde la línea anterior a él:


valor = int(input('Introduce un número del 1 al 6: '))
while valor<1 or valor>6:
    print("Por favor, el número ha de ser un número entre el uno y el seis.")
    valor = int(input('Introduce un número del 1 al 6: '))

Justo antes del while le pedimos al usuario que introduzca el valor, que inmediatamente después cotejaremos.


valor = int(input('Introduce un número del 1 al 6: '))

Observa, como diferencia respecto al programa anterior, que esta vez hemos utilizado la función int() directamente en la captura de input(), de modo que la variable valor ya contiene un entero y no será necesaria su posterior conversión en cada elif.

Llegamos al fin a la condición del bucle while:

while valor<1 or valor>6:

Queremos que, si el valor no se corresponde con una tirada del dado, nos lo diga y, además, vuelva a ofrecernos el mensaje incitándonos a introducir otro diferente, labor de la que se ocuparán las dos instrucciones del bloque.

Si el número entero introducido no está en el rango entre uno y seis significa que, o bien es menor que uno, o bien es mayor que seis. Eso es lo que muestra la condición. El operador lógico or devuelve True cuando cualquiera de los dos operandos que están a su lado es verdadero. El bucle se repetirá continuamente hasta que introduzcamos un valor adecuado. Sólo entonces la condición será False y podremos seguir con las instrucciones if posteriores.

Nada más por hoy. Dispones de una herramienta poderosa para el control de flujo de tus programas en Python. Experimenta con ella y asegúrate de comprenderla con claridad antes de proseguir con contenidos más avanzados.

Javier Montero Gabarró


Fecha de la última revisión: 12 de agosto de 2012


http://elclubdelautodidacta.es/wp/2011/06/python-capitulo-8-la-estructura-while/


El texto de este artículo se encuentra sometido a una licencia Creative Commons del tipo CC-BY-NC-ND (reconocimiento, no comercial, sin obra derivada, 3.0 unported)


El Club del Autodidacta


Consulta el índice completo de artículos relacionados con Python.

Estrenando plantillas

¡Ya tengo mis nuevas y flamantes plantillas ortopédicas!

Ayer me llamó el podólogo para decirme que podía pasar a recogerlas en cuanto quisiera. Esa misma tarde ya estaba rodándolas…

Me indicó que las considerara en período de pruebas y estuviera atento a cualquier problema que pudiera surgir por si se requería un ajuste más fino.

Y, desde ahora, siempre que adquiriera calzado nuevo, debía llevar conmigo las plantillas para asegurarme de que se acoplaban perfectamente, pudiendo ser incluso necesario, llegado el caso, pasar a una talla superior.

El rodaje de ayer consistió en un largo paseo de hora y media para empezar a tantear las plantillas. ¡Qué sensación tan curiosa andar con el puente completamente sujeto!

Mi idea es utilizarlas no sólo para correr, sino para el día a día cotidiano.

Hoy las he insertado en mis zapatos y me he encontrado especialmente cómodo; tanto, que no sé cómo he tardado tanto en hacérmelas.

Se me plantean muchas dudas existenciales:

¿Quién necesita plantillas realmente? Si uno va al podólogo, con certeza que sale con unas. ¿En qué casos está realmente justificada su necesidad?

Tanta historia de pronaciones y pruebas de pisada. ¿No es preferible acaso utilizar una plantilla a medida y dejarse de historias de zapatillas para pronadores?

¿Qué opinarán de todo esto los defensores del minimalismo o de correr descalzo?

Y otras de carácter pragmático:

¿Qué hago con mis Mizuno para pronadores severos o con mis ASICS para pronación suave-moderada?

¿Debo adquirir unas zapatillas neutras? La respuesta del podólogo fue, desde luego, que sí.

Me consta de algún que otro experto en zapatillas deportivas que, además de sus plantillas ortopédicas hechas a medida, está usando calzado con corrección de pronación. En el Adidas Running Day fue lo que contestó cuando alguien del público le planteó la cuestión.

¿Sería eso una temeridad?

En fin, que me veo haciendo un importante desembolso económico para adquirir nuevo calzado.

Javier Montero

Lecciones de verano

Decidí que la primera actividad del domingo, tras desayunar, sería la sesión de entrenamiento.

Me eché a la calle a las diez en punto con las piernas muy cargadas y agujetosas del machaque del día anterior en el gimnasio.

Forerunner al completo, dispuesto a registrar tanto pulso como distancia y ritmo. Ya se me había olvidado lo que era hacer el tonto en la calle esperando a que el cacharro estuviese bajo el amparo de sus satélites celestiales.

Tardó una barbaridad, desde luego. No sé si fue debido a que estaba en una calle estrecha y eso dificultaba su cobertura. En cualquier caso, no fue tiempo del todo perdido, pues aproveché para realizar varias veces las mismas series de estiramientos.

Cuando los hados se mostraron propicios comencé la sesión, caracterizada por una lucha constante por tratar de alcanzar, no ya mantener, un pulso por debajo de 140 ppm.

Honestamente, puedo decir que perdí la batalla. Hasta bien alcanzado el último tercio de la prueba, no hubo manera alguna de hacer descender el pulso.

¿Por qué? Aventuremos unas hipótesis:

– El calor, que ya a esas horas de la mañana se manifestaba con dureza.
– El cansancio acumulado en las piernas tras las sentadillas del sábado.
– El efecto memoria: el cuerpo recordaba la «alegría» del entrenamiento del viernes y se «negaba» a ir más lento.

Probablemente, un poco de todo.

En el río, me dirigí hacia el Huevo de Colón y crucé el puente nuevo que hay construido en la dársena que comunica los parques de San Jerónimo y el Alamillo.

«¿Por qué no consigo bajar de 141?; más lento no se puede ir», me decía.

Desde luego que se podía. Pero había que darle una patada al orgullo, que pesa mucho. Y eso es lo que hice. Relajé la musculatura al máximo y prácticamente comencé a arrastrarme. Al fin aparecieron los 137 y 138 buscados.

Encontré una fuente en el parque y conseguí rellenar la botella que llevaba conmigo, cuyas últimas gotas de agua caluntarienta habían sido derramadas sobre mi cabeza.

Para compensar la extrema lentitud y aprovechar que al fin me encontraba en la zona deseada, amplié en 10 minutos la tirada.

Hacía tiempo que no recordaba ir tan lento. El verano promete lecciones muy instructivas…

Denominación: 70′ intentando FC [135-149]
Observaciones: hasta el último tercio no encajaron.
FC media = 140 ppm

Ojos que no ven, corazón que no siente

El procastinador tiene a su alcance numerosos trucos para dejarse vencer por la pereza y autoengañarse creyendo haber obrado rectamente. Uno de ellos es el que intentó, sin éxito, hacerme sucumbir ayer.

Se acercaban las diez de la noche y, desde las nueve, estaba tratando de encontrar la disposición mental necesaria para echarme a correr mi hora habitual.

Mucho calor aún, pero no tanto como estos dos días anteriores. No podía ampararme en cuestiones térmicas para saltarme el entrenamiento, desde luego, debía ser más imaginativo y buscar nuevos recursos.

De pronto, un suculento libro cayó en mis manos, promesa de varias horas de disfrute intensas hasta que llegase el momento de acostarme a dormir.

Me entraron unas ganas tremendas de volcarme completamente en su lectura. Pero, claro, me tocaba correr, no debía saltarme el entrenamiento. ¿Cómo resolver la situación?

Muy fácil, me dije. ¿Y si me planifico, a cambio, madrugar el sábado y, tal como me levante, echarme a correr? Después de todo, sólo sería una demora de unas horas.

Para mayor refuerzo, abrí Google Calendar y situé, en verde, una tarea llamada Running en la casilla correspondiente a las 8:30 y de una hora de duración.

Perfecto, concluí, y ahora a lo que de verdad me apetece hacer…

Me eché a reir. Buen intento, buen intento…

Me puse los pantalanes cortos y una camiseta, me calcé mis zapatatillas pronadoras y a las 22:02 ya estaba pateando Sevilla.

Fue tan rápido el gesto que no le di ni opción al procastinador a que abriese la boca. Pasé incluso de coger el pulsómetro.

Como lo habéis oido: por primera vez en mi vida de corredor pasé del ForeRunner.

Cargué las llaves, el DNI y un móvil (que me daría una referencia temporal, aunque tampoco la necesitaba) en la riñonera y empecé a correr directamente, sin estirar.

Mi premisa consistía en ir lento. Desde luego, dudo mucho que fuera inferior a 140 ppm. Sólo sé que fui despacio, pero más rápido de lo habitual.

Abandoné el centro por la Ronda de Capuchinos y desde ahí me dirigí directamente a la Barqueta para descender a la orilla del río con dirección a la Torre del Oro.

En el trayecto, escuché desde un bar de copas arriba, a un compañero de trabajo, cubata en mano, gritándome: «Ahí te quiero ver». Por un momento me hizo cuestionarme si no debería quizás estar yo también de juerga en vez de metiéndome una «pechá» kilométrica.

Pasada la altura del pabellón de la Navegación, el paseo se volvió intransitable. Era viernes por la noche. Una piña densa botellónica dificultó mi marcha hasta bien pasado el puente de Triana.

Detesto los botellones. Pero que cada cual se la machaque como le dé la gana.

Decidí que no tomaría de vuelta el mismo camino y eligiría otra ruta.

En la Torre del Oro abandoné la vera del río y tomé la calle San Fernando para rodear todo el centro de Sevilla por la ronda: jardines de Murillo, puerta de la carne, Menéndez Pelayo, Osario y, por la Trinidad, internarme hacia la Macarena.

Total, 55 deliciosos minutos. No sé ni qué distancia recorrí ni a cuánto latió mi corazón. Sé que fui, en todo momento, lo suficientemente lento para ir cómodo, pero apreté bastante más que otras veces, especialmente en la segunda mitad del recorrido.

Ojos que no ven, ¿corazón que no siente?

Javier Montero

Salgo, no salgo…

Día de calor horroroso, con termómetros alcanzando los 43 grados. He pasado media tarde tratando de decidir si saldría a correr hoy o no.

La excusa era perfecta, ¿qué loco se echaría a correr con semejante calor?

Pero por muchos argumentos semejantes que acudían a mi mente sabía que detrás sólo se escondía la pereza propia de la lánguida lasitud del verano que está a punto de entrar.

Si uno se hidrata adecuadamente, sale al atardecer o al anochecer, ¿qué problema le supone realmente el calor?

En mi caso: me hace sudar más y me obliga a ir más lento. Pero nada más.

Creo que uno de los motivos que echa atrás a mucha gente a la hora de entrenar en verano es porque se cansan más al tratar de mantener el mismo ritmo que en primavera, y eso les desmotiva.

La opción «ir más despacio» ni se plantea: es preferible quedarse en casa a someter a nuestro preciado ego a una humillación.

Una de las ventajas de salir con pulsómetro, atendiendo exclusivamente al pulso y sin considerar el ritmo, es que este se adecúa en función de las condiciones climatológicas. En verano somos, naturalmente más lentos bajo el mismo esfuerzo cardíaco.

Sí, al fin, he salido a correr mis sesenta minutos habituales. Verdaderamente, lo único que me estaba apartando de hacerlo era la misma pereza que con frecuencia nos aparta de las cosas que realmente nos hacen mejores.

Porque las sensaciones al final han sido las mismas de siempre, la satisfacción del deber cumplido.

Denominación: 60′ FC [135-139]

Y nueva ruta, llegando hasta Nervión e incluyendo al regreso una vuelta por los Jardines del Valle que, aunque corta, ofrece un trayecto cien por cien sobre tierra.

Javier Montero

Comenzamos la visita a Knoppix

En la sesión anterior descargamos las imágenes ISO en CD y DVD de Knoppix 6.4.4 y las reconstruimos en sus respectivos soportes. Hoy nos pondremos manos a la obra y arrancaremos el sistema por primera vez.

Arrancar Knoppix es tan simple como insertar el CD o DVD y encender el ordenador con él dentro.

Si, una vez hecho esto, el ordenador continúa cargando el sistema operativo habitual, es que, probablemente, el orden de arranque de la máquina, configurado en el setup, prioriza al disco duro antes que al CD. Asegurémonos también de que hemos reconstruido la imagen bien. Generar la imagen NO SIGNIFICA copiar el fichero ISO en el CD.

Debemos estar atentos durante la carga. Si no hacemos nada Knoppix arrancará en el idioma propio de la versión que descargamos (recordemos que sólo se nos ofrecía en alemán o inglés), lo cual puede resultar engorroso, muy especialmente a la hora de tener que utilizar el teclado.

Pero, en un instante dado, veremos que aparece, en la parte inferior:

boot:

Durante unos segundos tendremos la opción de introducir modificadores que afectarán al inicio del sistema. Escribamos, a continuación de boot:

knoppix lang=es

El teclado, en este momento, aún no está en español y el signo ‘=’ no se halla en su ubicación habitual en la tecla ‘0’. Lo encontraremos a la derecha del todo, arriba, en la tecla que contiene la apertura de exclamación e interrogación.

Pulsemos ENTER y el sistema continuará con el proceso de arranque, pero esta vez se ocupará de realizar los cambios oportunos para ofrecernos un entorno en español.

Observemos el mensaje que aparece:

«Please do not remove medium until shutdown».

Recordemos que Knoppix no va a buscar nada al disco duro, todos sus ficheros están en el CD y los irá cargando en memoria a medida que los vaya necesitando. Por eso, es importante que el CD esté dentro durante toda la sesión.

Si todo va bien Knoppix concluirá el arranque mostrándonos un completo entorno gráfico de escritorio desde donde podremos acceder a la mayor parte de las aplicaciones que incorpora.

En función de la tarjeta gráfica detectada, se permitirá incluso el lujo de mostrarnos animaciones y efectos durante el uso de las ventanas. Efectos que, aunque inútiles, dan buena cuenta de la fabulosa detección de hardware presente en Knoppix.

El entorno de escritorio que monta Knoppix es LXDE (Lightweight X11 Desktop Environmment) sobre el gestor de ventanas Openbox.

LXDE no es tan rico en posibilidades como lo es GNOME o KDE (dos de los más populares), pero destaca por ser extremadamente ligero, con un apreciable menor consumo de CPU y de RAM que los anteriores. Eso lo hace ideal en un sistema como Knoppix, que podremos lanzar incluso en máquinas con muy pocos recursos. Por otro lado, recordemos que todos los ficheros están en el DVD y no en el disco duro, con la importante diferencia en cuanto a tiempo de acceso. Mientras menos parafernalia tenga que cargar, más ágil resultará el proceso.

Tiempo libre para que cada uno visite con libertad los distintos menús y opciones. No hay nada que temer, nada afectará al disco duro (salvo que tengamos conocimiento de cómo hacerlo y deliberadamente lo hagamos) y cuando terminemos nuestro sistema Windows, Linux, o lo que sea que corra en el PC, seguirá haciéndolo del modo habitual.

En la parte inferior izquierda de la pantalla encontraremos el icono característico de LXDE, simbolizando un pájaro, ligero y veloz. Desde ahí tendremos acceso a buen número de las aplicaciones incluidas en Knoppix. Naturalmente, este conjunto de programas será diferente si hemos arrancado con el CD o el DVD.

Enredemos sin miedo durante un rato…

Hora de volver al autobús y dar por finalizado el recorrido turístico de hoy. En el menú de LXDE se halla también la opción «Salir». Hagamos clic sobre ella y elijamos «Apagar» en el cuadro que aparece.

En un momento dado se nos pedirá que retiremos el CD y pulsemos Enter para finalizar el apagado.

Experimentemos Knoppix en diversos equipos, tanto de sobremesa como portátiles. La mayor parte de las veces se cargará sin problemas. Sólo en algunas ocasiones puede que esto no suceda. En entregas posteriores veremos qué podemos hacer en estos casos.

Javier Montero

Python – Capítulo 7: Opciones múltiples con elif

Objetivo: mostrar cómo ampliar con elif la estructura if … else en Python para la toma de decisiones múltiples.

En la última sesión de Python aprendimos cómo tratar una dicotomía: si una condición se cumple haz esto; en caso contrario, haz esto otro.

Pero, ¿y si debemos gestionar diversas opciones?

La claúsula elif dentro de la estructura if nos permite resolver este problema.

Observa su utilización en el siguiente ejemplo:


# coding=latin-1
valor = input('Introduce un número del 1 al 6: ')
if int(valor) == 1:
    print('El dado rueda..., ha salido el UNO')
elif int(valor) == 2:
    print('La suerte está echada..., ha salido el DOS')
elif int(valor) == 3:
    print('El dado nos muestra... un TRES')
elif int(valor) == 4:
    print('Increíble pero cierto... ha salido un CUATRO')
elif int(valor) == 5:
    print('Si esto fuera el parchís sacarías ficha. Ha salido el CINCO')
elif int(valor) == 6:
    print('Enhorabuena, has sacado el valor más alto del dado, el SEIS')
else:
    print('Lo siento, el dado no puede devolver ese valor')

El ejemplo es ilustrativo por sí solo: nos solicita la introducción de un número del 1 al 6 y en función del valor que hayamos facilitado realizará una tarea u otra.

Observa el uso de else, al final, para el caso contrario general en el que no se haya cumplido ninguna de las otras condiciones (por haber introducido un valor fuera del rango indicado).

La palabra elif no es más que una forma simplificada de else if y estrictamente no sería necesaria. Cualquier decisión múltiple se reduce, en última instancia, a un conjunto de decisiones binarias. La ventaja de utilizar elif es que nos permite tener el código más claro visualmente, sin las indentaciones que se producirían tras cada decisión binaria.

Javier Montero Gabarró


Fecha de la última revisión: 12 de agosto de 2012


Python – Capítulo 7: Opciones múltiples con elif


El texto de este artículo se encuentra sometido a una licencia Creative Commons del tipo CC-BY-NC-ND (reconocimiento, no comercial, sin obra derivada, 3.0 unported)


El Club del Autodidacta


Consulta el índice completo de artículos relacionados con Python.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies