¿Jugándome el pellejo?

Hoy no había excusa para saltarme el entreno. Desde el sábado pasado, día del memorial Carmona Paez, no había vuelto a calzarme las zapatillas.

Pero el día se planteaba muy complicado. Otros asuntos prioritarios me iban a ocupar la tarde. Si quería correr, debía hacerlo entre las cuatro y las cinco, con todo lo que eso significaba en Sevilla.

El vigilante me pregunta a la salida. Cuando le digo que me dispongo a correr una hora, se pone serio y me dice que ni se me ocurra, «tú sabrás lo que haces si quieres suicidarte». Y me cuenta casos de corredores que han tenido que ser conducidos en ambulancia hasta el hospital.

Le digo una mentirijilla, que tantearé y me pondré en la cinta a correr y me dirijo a los vestuarios, con sus proféticas palabras acomodándose en mi mente.

Estiro un poco y antes de las cuatro ya estoy pateando el asfalto a la solana con una botella de agua en la mano.

El calor es tremendo. Correr a estas horas es de auténticos colgaos.

Complicado mantener el pulso a raya; hay que desplazarse muy, muy despacio para no superar las 140 ppm.

La tentación empieza a martillear en mi oído. Considero correr solo 20 minutos fuera y el resto en la cinta. Posiblemente fuera lo más sensato.

Las palabras del vigilante siguen resonando en mi mente.

Llega el minuto 20 y me propongo extenderlo hasta el 30. No estoy en absoluto cansado, pero quizás la frontera entre estar consciente o desmayarme sea tan efímera como una gota de agua bajo el sol.

Agua que ya no me queda. Absolutamente pocha e imbebible, la remato vertiéndola sobre mi cabeza, bajo la gorra. Pero es una sensación desagradable. Lejos de refrescarme el cráneo, me lo quema, de caliente que está el líquido.

Cumple el minuto 30 y me digo que perdidos al río. Seguiré hasta el minuto 45. Total, con estos rigores uno se puede (y probablemente debe) permitir entrenar algo menos. Además, 45 minutos sigue siendo un buen entreno.

De repente, si mediar aviso, el pulsómetro se planta en más de 190 pulsaciones. Me llevo la mano al cuello e intento calcular a pelo el pulso. Parece una falsa alarma.

Me pregunto qué sucederá justo antes de un desmayo. Imagino que el pulso se pondrá por las nubes.

En varias ocasiones el pulso de dispara. Creo que el calor también está afectando al ForeRunner y lo vuelve algo majareta.

Llego al minuto 45 completamente seco. Pero, por quince minutos que me quedan, ¿no voy a acabar la hora? El pulso sigue controlado, nada malo debería pasarme.

Un minuto antes de la hora decido ponerme a andar. No es por cansancio, pero tenía la sensación de que la media de pulsaciones que mantenía en 139 (con bastante dificultad) hasta ese momento, iba a subir inminentemente a 140, en el último minuto. Me hubiese defraudado haber acabado en 140 después del duro trabajo realizado, así que opté por caminar los últimos sesenta segundos antes de la hora.

Podrá parecer una insignificancia una pulsación más o menos. Físicamente con toda certeza lo sea, pero psicológicamente os aseguro que no.

Denominación: 60′ FC media = 139 ppm
Exigencia: 4
FC media = 139 ppm

2 opiniones en “¿Jugándome el pellejo?”

  1. Los runners somos intrépidos, y esto lo certifica. Entrenar significa romper fibras y dar tiempo para que se reconstruyan y vuelvas con más fuerza. Si lo que tenías era un rodajito recuperador sin ambiciones pues bien, pero si lo que querías era "entrenar", quizás las condiciones no eran las idóneas. Enhorabuena por haber salido.

  2. Desde luego, Gonzalo, distaban mucho de las idóneas.

    Este va a ser mi primer verano como corredor, aún ando tanteando qué puedo hacer y qué no.

    No creo que haga muchas machadas como esta, por mucho que me fortalezcan psicológicamente… 😀

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