¡Memoriza todo!

El autor de un libro se convierte, para un autodidacta, en un maestro que ejerce a través de su obra. Porque detrás de cada libro siempre existe un profesor en potencia.

Uno de mis más admirados “maestros” de jazz, Jamey Aebersold, indica, en su obra “Cómo tocar jazz e improvisar”, un consejo valioso aplicable a cualquier contexto de aprendizaje. Son simplemente dos palabras que guardo como un diamante y rescato con frecuencia cuando necesito motivación:

¡Memoriza todo!

Mi experiencia personal me lo ha demostrado continuamente: tener la información en la cabeza, en el momento en que se necesita, es algo que realmente marca la diferencia. Claro que alguien podría cuestionar esto y preguntar por qué es necesario que empleemos tiempo y esfuerzo memorizando cuando podemos tener la información almacenada cerca en otros “dispositivos” externos, como son los libros, discos duros o Internet. ¿Quién necesita memorizar existiendo Google?

El tiempo de acceso muchas veces es determinante. No tener la información en el instante preciso en que se necesita puede suponer perder un tren vital. Pero hay otro motivo más profundo. Aprender es como colocar piezas en un puzzle. Ampliamos nuestro conocimiento colocando piezas nuevas junto a bloques ya existentes. La información más compleja sólo puede ser asimilada “conectándola” a otra información previa ya asentada. Lo que ya conocemos, lo que tenemos en nuestro bagaje, determina lo siguiente que podemos aprender en un campo. No podemos aprender a resolver ecuaciones diferenciales si antes no hemos asimilado los rudimentos del cálculo más elementales como las derivadas o integrales.

Olvidarnos de lo que en su día ya supimos es como ir descolocando piezas del puzzle que ya teníamos colocadas. Si deseamos ampliar los conocimientos en algún campo, deberemos comenzar por reconstruir todo aquello que ya aprendimos pero olvidamos.
¿No sería maravilloso no olvidar nunca nada de lo que uno aprende?

El conocimiento se asienta en la memoria cuando logramos conectarlo con otros bloques y cada vez que lo recuperamos. Realizar ejercicios periódicos preguntándonos lo que en su momento ya aprendimos, reevocándolo, contribuye a dejar marcas más profundas en nuestra memoria.

¿Con qué periodicidad hemos de recuperar la información para asegurar que la mantendremos en la memoria? Hay conocimiento que ya tenemos bien asentado y no necesitamos evocarlo con frecuencia. Por otro lado, el nuevo o más dificultoso necesitará ser recuperado en intervalos más pequeños. Si algo que nos hemos estudiado nos lo preguntamos demasiadas veces o demasiado pronto, estamos perdiendo un tiempo valiosísimo, y si lo hacemos demasiado tarde es prácticamente inútil, pues con mucha probabilidad lo habremos olvidado. La cuestión es que hay un momento óptimo para hacer esto.

Se evidencia la necesidad de algún tipo de sistema que gestione correctamente este proceso, algún tipo de mecanismo que dimensione adecuadamente el intervalo entre cada repetición.

Hace muchos años un amigo me mostró un método que había aprendido en un libro sobre técnicas de memorización. Estaba basado en la construcción de un archivador con diferentes compartimentos en el que situábamos tarjetitas conteniendo una pregunta en la parte delantera y su correspondiente respuesta en la trasera. La clave del asunto era que cada compartimento era mayor que el anterior. Cuando una pregunta era respondida correctamente, ascendía inmediatamente al nivel siguiente. Si la respuesta era incorrecta permanecía en el mismo hueco del archivador.

Cada día había que preguntarse sistemáticamente las tarjetas existentes en el primer nivel, ascendiendo aquellas que eran contestadas correctamente y permaneciendo en él las falladas.

Llegaba un día en que el compartimento del nivel dos se llenaba. Cuando eso ocurría, se tomaba un lote de preguntas de su interior, las más antiguas, y se cuestionaban. Las afortunadas ascendían al nivel tres y las que no se sabían descendían al nivel de entrada. Y así sucesivamente.

El nivel tres era más espacioso que el dos, y el cuatro mayor que el tres, con lo cual las “fichas” situadas en los niveles superiores tardaban cada vez más en ser reevocadas. Una ficha que lograba el nivel cinco se correspondía con una pieza de conocimiento difícil de olvidar, una huella bien marcada y asentada en la memoria.

Inspirado por este sistema, diseñé una variante personal ajustando la anchura de cada nivel a mis propias necesidades. Un buen día, en el camino en coche hasta la estación de Atocha para coger un tren de regreso a Sevilla, mi padre se detuvo en una carpintería de Alcobendas a comprar madera y cortarla de acuerdo a las dimensiones que le indiqué en un papel. En cuestión de minutos, sentado sobre la acera junto al coche, mi padre montó un archivador que he estado usando a lo largo de muchos años.

Pronto se evidenciaron las deficiencias del sistema. El método funcionaba bien para un ritmo de estudio con un flujo constante de fichas entrando en el archivador. Pero eso era algo difícil de conseguir, pues había días en los que no entraban fichas nuevas y otros, en cambio, en los que podrían entrar varias decenas. Esto no servía, pues el ritmo de crecimiento de tarjetas en el archivador no era un reflejo real del paso del tiempo.

Un día me enteré de que había un polaco que había diseñado un algoritmo que optimizaba el intervalo de repetición de cada pregunta. Así fue como conocí a Piotr Wozniak, un investigador especializado en las aplicación de la informática a la biología.

Su algoritmo era sorprendente, pero muy sofisticado y complejo para llevar a la práctica. Requería de un cuaderno auxiliar donde se anotaban fechas y el grado de dificultad que encontrábamos al responder cada pregunta, un aspecto que hasta entonces no se me había ocurrido tratar.

Un algoritmo difícil de llevar a la práctica para un ser humano, pero no para un ordenador.

Un tiempo después, Piotr Wozniak programó su gran obra maestra: Supermemo.

http://www.supermemo.org

Y desde entonces aprender se ha convertido en algo no sólo divertido, sino mágico…

Ha hecho tanto por mí… En el trabajo o en mi vida personal y mis vocaciones… No exagero diciendo que puede cambiar de una manera drástica tu vida cuando lo que aprendes no lo olvidas.

Un amigo al que le presenté Supermemo me dice que gracias a mí aprobó las oposiciones para el Conservatorio en Córdoba. Le cedo todos los méritos a este genial programa. Hablaré mucho de Supermemo en este blog; me apasiona y me acompaña cada día…

De cuando en cuando, y cada vez más tarde, porque es algo que ya tengo perfectamente aprendido, aparece una pregunta en Supermemo de entre mi colección de varios miles:

Pregunta: ¿Qué consejo vital de estudio nos da Jamey Aebersold?
Respuesta: ¡Memoriza TODO!

Javier Montero

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